lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Qué vamos a hacer?



El inicio de un año siempre nos crea expectativas e interrogantes. Son muchos los deseos y los planes. Pero no falta la pregunta por el qué pasará y el qué vamos a hacer. Si hacemos miles de ejercicios de imaginación seguro que nos perderemos en un infinito de ideas, planes y proyectos… y hasta de angustias. Por eso, quienes tenemos fe en Cristo, la respuesta nos la da el mismo Evangelio. Hemos celebrado la Navidad y estamos comenzando un nuevo año. Frente a los vaticinios que podamos conseguir, sencillamente tenemos una propuesta. La misma fue vivida hace dos mil años y la realizaron los pastores que fueron a conocer al Mesías, nacido en una gruta de los campos de Belén: “los pastores volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado”.

La tarea es fácil si se tiene fe. La tarea será aún más fácil si en Navidad hicimos lo que debíamos haber hecho: celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. La tarea seguirá siendo fácil, si con la sencillez de los pastores, entendemos que se ha de anunciar lo que hemos visto y oído. No olvidemos que en la primera Carta de San Juan, se nos pide que seamos testigos de lo que hemos visto y oído.

Ahora bien, ¿qué hemos visto y qué hemos oído? Hemos oído que la Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros para dar la liberación a la humanidad. Hemos visto cómo la gloria de Dios, luego de 2000 años del acontecimiento de la primera Navidad, se sigue manifestando y dando a conocer a la humanidad. Ello supone la actitud de los pastores: el asombro de lo que vieron se convirtió en testimonio de fe y de anuncio del evangelio. Sería bien interesante que nos preguntáramos, desde esta perspectiva ¿qué vamos a hacer al encontrarnos con nuestros compañeros de clase, o de trabajo, o con los vecinos? ¿Les hablaremos de lo que hemos visto y oído? ¿Les podremos decir que de verdad celebramos una Navidad cristiana?... O, por el contrario, no tendremos qué contar, porque no fuimos capaces de ver ni de oír lo que sucedió en Belén, y que, en el fondo debió haberse repetido en cada uno de nuestros corazones, hogares y comunidades.

El mundo de hoy está ansioso de poder recibir la Palabra de Dios. Es el compromiso de cada uno de los creyentes y discípulos de Jesús. Si no le hablamos a la humanidad de hoy del misterio auténtico de Jesús, muchos hermanos nuestros seguirán transitando por el desierto materialista del cual nos advertía en el pasado reciente Benedicto XVI. Por eso, al igual que los pastores, tenemos que salir con la audacia de los evangelizadores misioneros a hablarles a los demás de lo que hemos visto y hemos oído. Para que no fallemos ni nos cansemos, el mismo Evangelio nos da la clave. La podemos encontrar en la actitud de María: Ella guardaba todas esas cosas maravillosas que estaba viviendo en su corazón y las meditaba. Es decir, día a día, en lo más profundo de nuestro ser, tenemos que hacer presente el misterio del Dios encarnado. Máxime cuando Él nos ha asociado a Sí mismo por el bautismo. El nuevo Año se nos presenta como un tiempo de gracia donde bien sabemos lo que hay que hacer: dar testimonio de lo que hemos visto y oído.

+Mario Moronta R.
Obispo de San Cristóbal.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Con nosotros...

El cumplimiento de la promesa de salvación hecha por Dios Padre hizo que su Hijo, el Mesías, se hiciera hombre. Es el misterio de la Encarnación, con el cual el mismo Dios puso su morada entre nosotros. Como nos lo recuerda el texto evangélico, se encarnó y acampó entre nosotros. Con esta realidad, se puede decir que Dios se hizo presente en la historia de la misma humanidad y así pudo realizar lo prometido. Dios en medio de su pueblo.

Pero, hay un elemento muy interesante. Anunciado por el profeta y realizado en María, la Madre del Mesías, Dios no sólo se hizo presente entre nosotros, sino que fue reconocido como el DIOS CON NOSOTROS. No se trata de un juego gramatical con preposiciones. El estar entre nosotros expresa su presencia. El ser DIOS CON NOSOTROS habla de esa presencia-cercanía pero con un compromiso. No vino como uno cualquiera, sino para compartir con la humanidad todo, menos el pecado, de acuerdo a lo que nos enseña el autor de la carta a los Hebreos.

Es lo que celebramos de manera especial en la Navidad. Por supuesto que a lo largo del año litúrgico, en la medida que vamos desglosando el misterio de Cristo, nos vamos dando cuenta de qué significa ese “Con Nosotros”. Jesús se hizo uno de nosotros. Sufrió, se alegró, tuvo amigos y discípulos y se fue mostrando como solidario con la humanidad. Tanta fue su solidaridad que, en un arrebato de amor extremo, ofreció su vida para conseguir la salvación de la misma humanidad.

Al contemplar a Jesús en el portal de Belén, así como en las diversas manifestaciones de su vida a lo largo del evangelio, podemos intuir el alcance del “Con Nosotros”: vino a compartir la suerte de la humanidad. Dios no se quedó aguardando en la estratósfera. Vino al encuentro de los suyos, pero de tal manera que no se alejó, no tuvo privilegios, sino que se hizo, repetimos, como nosotros.

Este hecho maravilloso no sólo es para contemplarlo y gozarnos al meditarlo. Exige una respuesta de parte nuestra. Si Él se arriesgó a ser un DIOS CON NOSOTROS, nosotros mismos, al convertirnos en sus discípulos, tenemos que serlo en comunión con Él. En el fondo podríamos decir que somos NOSOTROS CON DIOS. Es la consecuencia de la Nueva Alianza. Ya en el Antiguo Testamento se había anunciado los términos de la alianza entre Dios y la humanidad.: “Yo soy tu Dios y tú eres mi pueblo”. Esta realidad de la alianza está encerrada en la expresión EMMANUEL. Dios se hace presente y se une a nosotros de tal manera que puede decirse, parafraseando los términos de la alianza: “”Yo Soy DIOS CON USTEDES (NOSOTROS) y Ustedes son Ustedes (nosotros) con Dios”.

De todo esto, entre otras tantas, podemos sacar una conclusión que nos permita una digna celebración de la Navidad: conmemoramos un hecho prodigioso, al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre. Ese Dios humanado se hizo tan cercano que no sólo puso su morada entre nosotros, sino que se convirtió en DIOS CON NOSOTROS. El Salvador que se une a nosotros. La mejor manera de celebrar la Navidad es reconociendo que Dios está con nosotros y que nosotros, con nuestros actos y testimonio, somos reflejo vivo e iluminador de esa presencia salvadora de Dios para todos. Sencillamente, al celebrar la Navidad, estamos llamados a mostrar que de verdad Jesús, el Salvador es el DIOS CON NOSOTROS

+MARIO MORONTA R., 
OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Audiencia General de Santo Padre Francisco del 18 de diciembre de 2013




Queridos hermanos y hermanas, buen día:



Este nuestro encuentro se desarrolla en el clima espiritual del adviento, ahora más intenso en la Novena de la Santa Navidad, que estamos viviendo en estos días y que nos conduce a las fiestas navideñas. Por esto, quiero reflexionar con Ustedes sobre el Nacimiento de Jesús, fiesta de fe y esperanza, que supera la incerteza y el pesimismo. Y la razón de nuestra esperanza es esta: ¡Dios está con nosotros y Dios confía todavía en nosotros!  Piensen bien esto: Dios está con nosotros y Dios confía todavía en nosotros. ¡Es generoso este Dios Padre! Él viene a habitar con los hombres, elige la tierra como su morada para estar junto al hombre y hacerse encontrar allí donde el hombre transcurre sus días en la alegría o en el dolor. Por lo tanto, la tierra no es solamente “un valle de lágrimas” sino el lugar donde Dios mismo ha puesto su tienda, es el lugar del encuentro de Dios con el hombre, de la solidaridad de Dios con los hombres.



Dios ha querido compartir nuestra condición humana al punto de hacerse una sola cosa con nosotros en la persona de Jesús, que es verdadero hombre y verdadero Dios. Pero, hay algo más sorprendente todavía. La presencia de Dios en medio de la humanidad no se realizó en un mundo ideal, idílico, sino en este mundo real, signado por tantas cosas buenas y malas, signado por las divisiones, maldad, pobreza, prepotencia y guerras. Él ha elegido vivir nuestra historia así como es, con todo el peso de sus límites y de sus dramas. Actuando así, ha demostrado en modo insuperable su inclinación misericordiosa y rebosa de amor hacía las criaturas humanas. El es el Dios-con-nosotros, Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creen Ustedes esto? Hagamos juntos esta profesión: ¡Jesús es Dios-con-nosotros! ¡Jesús es Dios-con-nosotros! Jesús está con nosotros dese siempre y para siempre con nosotros en los sufrimientos y en los dolores de la historia. El Nacimiento de Jesús es la manifestación de que Dios se ha puesto de parte del hombre de una vez por todas, para salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras miserias, de nuestras dificultades, de nuestros pecados.



De aquí viene el gran "regalo" del Niño de Belén: Él nos entrega una energía espiritual, una energía que nos ayuda a no hundirnos en nuestras fatigas, en nuestras desesperaciones y tristezas; es una energía que calienta y transforma el corazón. El nacimiento de Jesús, de hecho, nos trae la bella noticia de que somos amados inmensamente y singularmente por Dios, y que este amor no solo nos lo da a conocer, sino que ¡nos lo dona y nos lo comunica!


De la contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios nacido por nosotros, podemos extraer dos consideraciones.



La primera es que si en el Nacimiento de Dios se revela no como uno que esta en lo alto y que domina el Universo, sino como Aquel que se abaja, desciende sobre la tierra pequeño y pobre, significa que para ser similares al Él, nosotros no debemos ponernos sobre los otros, sino descender, ponernos al servicio , hacernos pequeños con los pequeños y los pobres. Es una cosa fea cuando se ve a un cristiano que no quiere ser humilde, que no quiere servir. Un cristiano que se “pavonea” por doquier, es feo: ése no es un cristiano, ése es un pagano. El cristiano sirve, el cristiano es humilde. ¡Hagamos que estos hermanos nuestros no se sientan jamás solos!



La segunda consecuencia: si Dios, por medio de Jesús, se ha unido al hombre hasta el punto de convertirse en uno de nosotros, quiere decir que cualquier cosa que hayamos hecho a un hermano o hermana, lo hicimos con Él. Nos lo recuerda el mismo Jesús: quien haya dado de comer, recibido, visitado, amado a unos de los más pequeños y de los más pobres, lo habrá hecho con el Hijo de Dios.



Confiémonos a la maternal intercesión de María, Madre de Jesús y nuestra, para nos ayude en esta Santa Navidad, ya cercano, a reconocer en el rostro del prójimo, especialmente de las personas más débiles y marginadas, la imagen del Hijo de Dios hecho hombre.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos de 2014



SÍNODO DE LOS OBISPOS

III ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA

LOS DESAFÍO PASTORALES SOBRE LA FAMILIA
EN EL CONTEXTO DE LA EVANGELIZACIÓN

Documento preparatorio

Ciudad del Vaticano

2013

I – El Sínodo: familia y evangelización

La misión de predicar el Evangelio a toda la humanidad ha sido confiada directamente por el Señor a sus discípulos y es la Iglesia quien lleva adelante tal misión en la historia. En el tiempo que estamos viviendo, la evidente crisis social y espiritual llega a ser un desafío pastoral, que interpela la misión evangelizadora de la Iglesia para la familia, núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial. La propuesta del Evangelio sobre la familia en este contexto resulta particularmente urgente y necesaria. La importancia del tema surge del hecho que el Santo Padre ha decidido establecer para el Sínodo de los Obispos un itinerario de trabajo en dos etapas: la primera, la Asamblea General Extraordinaria del 2014, ordenada a delinear el “status quaestionis” y a recoger testimonios y propuestas de los Obispos para anunciar y vivir de manera creíble el Evangelio de la familia; la segunda, la Asamblea General Ordinaria del 2015, para buscar líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia.

Hoy se presentan problemáticas inéditas hasta hace unos pocos años, desde la difusión de parejas de hecho, que no acceden al matrimonio y a veces excluyen la idea del mismo, a las uniones entre personas del mismo sexo, a las cuales a menudo es consentida la adopción de hijos. Entre las numerosas nuevas situaciones, que exigen la atención y el compromiso pastoral de la Iglesia, bastará recordar: los matrimonios mixtos o interreligiosos; la familia monoparental; la poligamia, difundida todavía en no pocas partes del mundo; los matrimonios concordados con la consiguiente problemática de la dote, a veces entendida como precio para adquirir la mujer; el sistema de las castas; la cultura de la falta de compromiso y de la presupuesta inestabilidad del vínculo; formas de feminismo hostil a la Iglesia; fenómenos migratorios y reformulación de la idea de familia; pluralismo relativista en la concepción del matrimonio; influencia de los medios de comunicación sobre la cultura popular en la comprensión de la celebración del casamiento y de la vida familiar; tendencias de pensamiento subyacentes en la propuestas legislativas que desprecian la estabilidad y la fidelidad del pacto matrimonial; la difusión del fenómeno de la maternidad subrogada (alquiler de úteros); nuevas interpretaciones de los derechos humanos. Pero, sobre todo, en ámbito más estrictamente eclesial, la debilitación o el abandono de fe en la sacramentalidad del matrimonio y en el poder terapéutico de la penitencia sacramental.

A partir de todo esto se comprende la urgencia con la cual el episcopado mundial, cum et sub Petro, considera atentamente estos desafíos. Por ejemplo, si sólo se piensa que en el actual contexto muchos niños y jóvenes nacidos de matrimonios irregulares no podrán ver jamás a sus padres acercarse a los sacramentos, se comprende el grado de urgencia de los desafíos puestos por la situación actual, por otro lado difundida ampliamente en la “aldea global”, a la evangelización.

Esta realidad presenta una singular correspondencia con la amplia acogida que está teniendo en nuestros días la enseñanza sobre la misericordia divina y sobre la ternura en relación a las personas heridas, en las periferias geográficas y existenciales: las expectativas que se derivan de ello acerca de las decisiones pastorales sobre la familia son muchas. Por lo tanto, una reflexión del Sínodo de los Obispos sobre estos temas parece tanto necesaria y urgente, cuanto imperativa, como expresión de la caridad de los Pastores, no sólo frente a todos aquellos que son confiados a ellos, sino también frente a toda la familia humana.

II- La Iglesia y el Evangelio sobre la familia

La buena noticia del amor divino ha de ser proclamada a cuantos viven esta fundamental experiencia humana personal, de vida matrimonial y de comunión abierta al don de los hijos, que es la comunidad familiar. La doctrina de la fe sobre el matrimonio ha de ser presentada de manera comunicativa y eficaz, para que sea capaz de alcanzar los corazones y de transformarlos según la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo.

En relación a la citación de las fuentes bíblicas sobre el matrimonio y la familia, se indican en el presente texto sólo las referencias esenciales. Así también para los documentos del Magisterio parece oportuno limitarse a los documentos del Magisterio universal de la Iglesia, integrándolos con algunos textos del Pontificio Consejo de la Familia e invitando a los Obispos que participan en el Sínodo a referirse a los documentos de sus respectivos organismos episcopales.

Desde siempre y en las más diversas culturas no ha faltado nunca la enseñanza clara de los pastores ni el testimonio concreto de los creyentes, hombres y mujeres, que en circunstancias muy diferentes han vivido el Evangelio sobre la familia como un don inconmensurable para la vida de ellos y de sus hijos. El compromiso del próximo Sínodo Extraordinario es impulsado y sostenido por el deseo de comunicar a todos, más incisivamente este mensaje esperando que, de este modo, «el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando los corazones de los hombres» (DV 26).

El proyecto de Dios Creador y Redentor

La belleza del mensaje bíblico sobre la familia tiene su fundamento en la creación del hombre y la mujer, ambos hechos a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,24-31; 2, 4b-25). Unidos por un vínculo sacramental indisoluble, los esposos viven la belleza del amor, de la paternidad, de la maternidad y de la dignidad suprema de participar así en la obra creadora de Dios.

En el don del fruto de la propia unión asumen la responsabilidad del crecimiento y de la educación de otras personas para el futuro del género humano. A través de la procreación, el hombre y la mujer cumplen en la fe la vocación de ser colaboradores de Dios en la custodia de la creación y en el crecimiento de la familia humana.

El Beato Juan Pablo II ha comentado este aspecto en la Familiaris Consortio: «Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26s): llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión (cf. Gaudium et Spes, 12). El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano» (FC, n. 11).

Este proyecto de Dios creador, que el pecado original ha trastornado (cf, Gn 3,1-24), se ha manifestado en la historia a través de las vicisitudes del pueblo elegido hasta la plenitud de los tiempos, cuando, con la encarnación del Hijo de Dios no sólo quedó confirmada la voluntad divina de salvación, sino también, con la redención, fue ofrecida la gracia para obedecer a esa misma voluntad.

El Hijo de Dios, el Verbo hecho carne (cf. Jn 1,14) en el vientre de la Virgen Madre, vivió y creció en la familia de Nazaret y participó en las bodas de Caná enriqueciendo la fiesta con el primero de sus “signos” (cf. Jn 2,1-11). Él ha aceptado con alegría la hospitalidad familiar de sus primeros discípulos (cf. Mc 1,29-31; 2,13-17) y ha consolado el luto de la familia de sus amigos de Betania (cf. Lc 10,38-42; Jn 11,1-44).

Jesucristo ha restablecido la belleza del matrimonio proponiendo nuevamente el proyecto unitario de Dios, que había sido abandonado por la dureza del corazón humano, aún en la tradición del pueblo de Israel (cf. Mt 5,31-32; 19,3-12; Mc 10,1-12; Lc 16,18). Volviendo al origen, Jesús ha enseñado la unidad y la fidelidad entre los esposos, reprobando el repudio y el adulterio.

Precisamente a través de la extraordinaria belleza del amor humano – ya celebrada con matices inspirados en el Cantar de los Cantares y prefigurada en el vínculo esponsalicio exigido y defendido por Profetas como Oseas (Os 1,2-3,3) y Malaquías (Ml 2,13-16) – Jesús ha confirmado la dignidad originaria del amor conyugal del hombre y de la mujer.

La enseñanza de la Iglesia sobre la familia

También en la comunidad cristiana primitiva la familia aparece como «Iglesia doméstica» (cf. CCC 1655). En los llamados “códigos familiares” de las Epístolas Apostólicas neotestamentarias, la grande familia del mundo antiguo es considerada como lugar de la solidaridad más profunda entre mujeres y maridos, entre padres e hijos, entre ricos y pobres (cf. Ef 5,21-6,9; Col 3,18-4,1; 1Tm 2,8-15; Tt 2,1-10; 1P 2,13-3,7; cf. además la Epístola a Filemón). En particular, la Epístola a los Efesios ha visto en el amor nupcial entre el hombre y la mujer «el gran misterio», que hace presente en el mundo el amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,31-32).

En el curso de los siglos, sobre todo en la época moderna hasta nuestros días, la Iglesia no ha hecho faltar su constante y creciente enseñanza sobre la familia y sobre el matrimonio que la fundamenta. Una de las expresiones más altas ha sido propuesta por el Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes, la cual, refiriéndose a los problemas más urgentes, dedica un capítulo entero a la promoción de la dignidad del matrimonio y de la familia, como aparece en la descripción de su valor para la constitución de la sociedad: «Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad» (GS 52). De especial intensidad es el llamado a una espiritualidad Cristocéntrica para los esposos creyentes: «los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación, por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo» (GS 52).

También los Sucesores de Pedro, después del Concilio Vaticano II, han enriquecido con su Magisterio la doctrina sobre el matrimonio y sobre la familia, en particular Pablo VI con la Encíclica Humanae vitae, que ofrece específicas enseñanzas sobre los principios y sobre la praxis. Sucesivamente el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio ha querido insistir en este aspecto, al proponer el designio divino sobre la verdad originaria del amor de los esposos y de la familia, en estos términos: «El único “lugar” que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo (cf. Gaudium et Spes, 48), que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La institución matrimonial no es una ingerencia indebida de la sociedad o de la autoridad ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esta fidelidad, lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría creadora» (FC 11).

El Catecismo de la Iglesia Católica recoge estos datos fundamentales: «La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento [cf. GS 48,1; CIC can. 1055, §1]» (CCC 1660).

La doctrina expuesta en el Catecismo se refiere tanto a los principios teológicos como al comportamiento moral, tratados en dos títulos distintos: El sacramento del matrimonio (nn. 1601-1658) y El sexto mandamiento (nn.2331-2391). La atenta lectura de estas partes del Catecismo ayuda a la comprensión actualizada de la doctrina de la fe, que ha de sostener la acción de la Iglesia ante los desafíos del presente. Su pastoral se inspira en la verdad del matrimonio considerado en el designio de Dios, que ha creado el hombre y la mujer y en la plenitud de los tiempos ha revelado en Jesucristo también la plenitud del amor esponsalicio elevado a sacramento. El matrimonio cristiano fundado sobre el consenso y también dotado de efectos propios, como los bienes y las obligaciones de los esposos, sin embargo no ha sido sustraído al régimen del pecado (cf. Gn 3, 1-24), que puede procurar heridas profundas y también ofensas a la misma dignidad del sacramento.

La reciente Encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, habla de la familia en su vínculo con la fe que revela «hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos» (LF 50). «El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2,24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada». «La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades» (LF 53). 



1.- Sobre la difusión de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia sobre la familia



a) ¿Cuál es el conocimiento real de las enseñanzas de la Biblia, de la (encíclica) ‘Gaudium et Spes’, de la ‘Familiaris consortio’ y de otros documentos del magisterio postconciliar (Vaticano II) sobre el valor de la familia según la Iglesia Católica? ¿Cuál es la formación de nuestros fieles para la vida familiar según las enseñanzas de la Iglesia?



b) Allí donde la enseñanza de la Iglesia es conocida, ¿es aceptada integralmente? ¿Hay dificultades en ponerla en práctica? ¿Cuáles?



c) ¿Cómo es difundida la enseñanza de la Iglesia en el contexto de los programas pastorales en el ámbito nacional? ¿diocesano, parroquial? ¿Qué catequesis se hace sobre la familia?



d) ¿En qué medida -concretamente sobre qué aspectos-tal enseñanza es realmente conocida, aceptada, rechazada y/o criticada en ambientes extra eclesiales? ¿Cuáles son los factores culturales que obstaculizan la plena recepción de la enseñanza de la Iglesia sobre la familia?



2.- Sobre el matrimonio de acuerdo con la ley natural…



a) ¿Qué lugar ocupa el concepto de ley natural en la cultura civil, tanto en ámbito institucional, educativo y académico, como en ámbito popular? ¿Qué ópticas antropológicas se sobreentienden en este debate sobre el fundamento natural de la familia?



b) El concepto de ley natural con relación a la unión entre el hombre y la mujer ¿es comunmente aceptado como tal de parte de los bautizados en general?



c) ¿Cómo es contestada en la práctica y en la teoría la ley natural sobre la unión entre hombre y mujer en vistas de la formación de una familia? ¿Cómo es propuesta y profundizada en los organismos civiles y eclesiales?



d) En el caso de que pidan el matrimonio los bautizados no practicantes o quienes se declaran no creyentes, ¿cómo afrontar los desafíos pastorales que derivan de ello?



3.- La pastoral de la familia en el contexto de la evangelización.



a) ¿Cuáles son las experiencias surgidas en los últimos decenios en orden a la preparación al matrimonio? ¿De qué manera se ha intentado estimular el deber de evangelización de los esposos y de la familia? ¿De qué manera promocionar la conciencia de la familia como “Iglesia doméstica”?



b) ¿Se ha conseguido proponer estilos de plegaria en familia que consigan resistir a la complejidad de la vida y cultura actuales?



c) En la crisis actual entre generaciones, ¿cómo las familias cristianas han sabido realizar la propia vocación de transmisión de la fe?



d) ¿En qué manera las Iglesias locales y los movimientos de espiritualidad familiar han sabido crear caminos ejemplares?



e) ¿Cuál es la aportación específica que parejas y familias han conseguido dar respecto a la difusión de una visión integral de la pareja y de la familia cristiana que sea actualmente creíble?



f) ¿Qué atención pastoral ha manifestado la Iglesia para apoyar el camino de las parejas en la formación y de las parejas en crisis?



4.- Sobre la pastoral para afrontar algunas situaciones matrimoniales difíciles,



a) La convivencia “ad experimentum” (experimental), ¿es una realidad pastoral de relieve en la Iglesia particular (local)? ¿En qué porcentaje se podría estimar numéricamente?



b) ¿Existen uniones libres de hecho, sin reconocimiento ni religioso ni civil? ¿Hay datos estadísticos fiables?



c) Los separados y divorciados que se vuelven a casar ¿son una realidad pastoral relevante en la Iglesia particular? ¿En qué porcentaje se podría estimar numéricamente? ¿Cómo se afronta esta realidad a través de programas pastoral adecuados?



d) En todos estos casos, ¿cómo viven los bautizados sus irregularidades? ¿Son conscientes de ellas? ¿Manifiestan simplemente indiferencia? ¿Se sienten marginados y viven con sufrimiento la imposibilidad de recibir los sacramentos?



e) ¿Cuáles son las peticiones que las personas divorciadas y vueltas a casar dirigen a la Iglesia, respecto a los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación? Entre las personas que se encuentran en esta situación, ¿Cuántas piden estos sacramentos?



f) ¿La simplificación de la praxis canónica, respecto al reconocimiento de la declaración de anulación del vínculo matrimonial podría ofrecer una real contribución positiva para la solución de los problemas de las personas implicadas? En caso afirmativo, ¿de qué manera?



g) ¿Existe una pastoral para acercarse a estos casos? ¿Cómo se desarrolla tal actividad pastoral? ¿Existen programas sobre ello en ámbito nacional y diocesano? ¿Cómo se anuncia a separados y divorciados vueltos a casar la misericordia de Dios y cómo se concreta el sostén de la Iglesia en su camino de fe?



5.- Sobre las uniones de personas del mismo sexo…



a) ¿Existe en vuestro país una ley civil que reconozca las uniones de personas del mismo sexo equiparadas de alguna manera al matrimonio?



b) ¿Cuál es la actitud de las Iglesias particulares y locales tanto frente al Estado Civil promotor de uniones civiles entre personas del mismo sexo, como frente a las personas implicadas e este tipo de unión?



c) ¿Qué atención pastoral es posible tener hacia las personas que han elegido de vivir según este tipo de uniones?



d) En el caso de uniones de personas del mismo sexo que haya adoptado niños, ¿cómo comportarse en vistas de la transmisión de la fe?



6.- Sobre la educación de los hijos en el sino de situaciones matrimoniales irregulares…



a) ¿Cuál es en estos casos la proporción estimada de niños y adolescentes con relación a los niños nacidos y crecidos en familias regularmente constituidas?



b) ¿Con qué actitud los padres se dirigen a la Iglesia? ¿Qué solicitan? ¿Solo los sacramentos o también la catequesis y la enseñanza en general de la religión?



c) ¿De qué manera las Iglesias particulares se acercan a la necesidad de los padres de estos niños para ofrecer una educación cristianas a los propios hijos?



d) ¿Cómo se desarrolla la práctica sacramental en estos casos: la preparación, administración del sacramento y el acompañamiento?



7.- Sobre la apertura de los esposos a la vida…



a) ¿Cuál es el conocimiento real que los cristianos tienen de la doctrina de la (encíclica) “Humanae Vitae” sobre la paternidad responsable? ¿Qué conciencia hay de la evaluación moral de los distintos métodos de regulación de los nacimientos? ¿Qué profundizaciones se podrían sugerir sobre ello desde el punto de vista pastoral?



b) ¿La doctrina moral es aceptada? ¿Cuáles son los aspectos más problemáticos que hacen difícil su aceptación en la mayoría de las parejas?



c) ¿Qué métodos naturales se promueven de parte de la Iglesias particulares para ayudar a los conyugues a poner en práctica la doctrina de la “Humanae vitae”?



d) ¿Qué experiencia hay sobre esta cuestión en la praxis del sacramento de la penitencia y en la participación en la eucaristía?



e) ¿Qué contrastes se evidencian entre la doctrina de la Iglesia y la educación civil a este respecto?



f) ¿Cómo promover una mentalidad mayormente abierta a la natalidad? ¿Cómo favorecer el aumento de los nacimientos?



8.- Sobre la relación entre la familia y la persona,



Jesucristo revela el misterio y la vocación del hombre: ¿la familia es un lugar privilegiado para que esto suceda?



¿Cuáles situaciones críticas de la familia en el mundo actual pueden constituir un obstáculo para el encuentro de la persona con Cristo?



¿En qué medida la crisis de fe que pueden sufrir las personas inciden en su vida familiar?



9.- Otros desafíos y propuestas.



¿Existen otros desafíos y propuestas respecto a los temas tratados en este cuestionario, que sean consideradas como urgentes o útiles de parte de los destinatarios?