Durante la “revolución de los
Cristeros” en México, cuando fueron perseguidos de manera dura los cristianos
católicos, el lema de éstos últimos era “¡Viva Cristo Rey! Así dan testimonio
escritos y relatos de muchos de los testigos. Más aún, cuando ante el pelotón
de fusilamiento o el endurecimiento de los torturadores, los creyentes en
Cristo eran conminados a renegar del Señor, florecía en los labios con decisión
y sin miedo el grito de ¡Viva Cristo Rey! Pero, lo bonito e impresionante es
que no se trataba de una mera consigna, sino de la expresión de una fe profunda
en Cristo, por parte de los católicos, que no sentían ninguna aprehensión ante
la persecución ni ante sus opresores. El grito ¡Viva Cristo Rey! Venía a ser
como una expresión externa de la convicción que se llevaba internamente. No
había una separación, pues no se trataba de una consigna política o religiosa,
sino la prueba de que Cristo era para ellos la razón de ser de su existencia.
En innumerables ocasiones, los
últimos Sumos Pontífices nos han venido pidiendo que los cristianos nos
distingamos sobre todo por el testimonio de vida. Para ello, es fundamental el
encuentro vivo con Cristo. Es decir, que todo esté centrado en Cristo y así
actuar en su nombre. Esta actitud es necesaria e imperante. No podemos darnos
el lujo de ser “cristianos católicos” por puro número; hoy se requiere que de
verdad todo lo hagamos desde la profunda convicción de ser discípulos de Jesús.
En la medida que esto hagamos, no sólo estaremos capacitados para ser discípulos
misioneros de Jesús, sino que el menaje que proclamemos será acompañado de una
garantía: “lo estamos viviendo también nosotros”. Hoy, como bien nos han
señalado los últimos Papas, la gente cree más a los testigos que a los
maestros. Por supuesto que si un maestro es testigo, tiene más fuerza su
acción.
El mundo de hoy pasa por una
profunda crisis moral. Para nosotros los cristianos, la respuesta a todos los
interrogantes de la humanidad, pero también la propuesta para una renovación
auténtica de la humanidad y de la sociedad, debe arrancar desde el Evangelio de
Jesucristo, que es un mensaje de amor y de liberación para todos los seres
humanos. Ello exige de los creyentes en Cristo, no sólo saberse discípulos
suyos, sino serlo en verdad. Es decir, actuar en su nombre. Sin temores a los
prejuicios de los demás, sin aprehensión a los rechazos y hasta persecuciones
que se puedan dar, sin timideces que escondan la fuerza de la Palabra de Dios…
así toda nuestra vida y nuestras actuaciones serán un grito cierto como el de
los “cristeros”: ¡Viva Cristo Rey!
Al terminar el Año de la fe –y,
para nosotros en San Cristóbal el AÑO JUBILAR DE LA DIOCESIS por sus noventa
años– a manera de especialísimo compromiso, nos toca a todos nosotros hacer del
testimonio de vida la nota distintiva por excelencia de nuestro ser de
creyentes. Con todos nuestros actos, en comunión con la Iglesia, hemos de
seguir realizando la misión evangelizadora en todo tiempo y lugar. San Pablo
nos dice que hemos de hacerlo con todo entusiasmo y fuerza, al decir “¡Ay de mí
si no evangelizo!”. Esto conlleva la certeza de actuar en el nombre del Señor
Jesús. Es así como debemos jugárnosla por el evangelio. El mundo de hoy está
sediento de Dios y está pidiendo que los cristianos no tengamos ni miedo ni
timidez para anunciar el Evangelio de Jesús y edificar su reino de justicia,
paz y amor. Por eso, si algo se necesita hoy es que cada uno de nosotros
creyentes se convierta en un grito testimonial que no dude en contagiar lo que
vivimos: nuestra fe y nuestra adhesión a Cristo. Es decir, con nuestros actos,
con nuestra vida y nuestro testimonio, tenemos que gritar al mundo “¡Viva
Cristo Rey!”.
+Mario Moronta R., Obispo de San
Cristóbal.