Las
nuevas generaciones se sienten emocionadas porque un Papa que conocieron ahora
llega al honor de los altares al ser canonizado este 27 de abril. Pero, también
los que llevamos un tiempo en el camino de la vida sentimos la emoción de ver a
Juan, el Papa Bueno, reconocido popr su santidad. Las emociones se convierten
en gratitud de parte de todos a la santísima trinidad, quien recibe el honor y
la gloria del testimonio de santidad de estos dos hombres que entregaron sus
vidas por la Iglesia y por la salvación de los hermanos. Cada uno con sus
carismas y características personales propias, pero ambos con el mismo
reconocimiento por parte de la Iglesia: su santidad de vida, en el ejercicio de
su ministerio sacerdotal, episcopal y petrino.
Junto
al testimonio de vida ejemplar, podemos encontrar en ambos santos dos elementos
que nos pueden enriquecer a cada uno de nosotros: uno es su amor por la
Iglesia, a la que entregaron toda su existencia en los diversos servicios
realizados. Otro es, precisamente, su entrega de servicio sin distingos y sin
renunciar a su ministerio. Ambos vivieron en épocas peculiares y ambos se
empeñaron en la renovación de la Iglesia, para así abrir las puertas del mundo
a Cristo. Los dos fueron ampliamente reconocidos por la gente: uno por su sencillez
y su bondad, el otro por su decisivo empuje evangelizador. Y tanto el uno como
el otro con la conciencia de proclamar a Cristo como el centro y razón de ser
de la Iglesia y de la humanidad.
Muchas
son las anécdotas que de cada uno de ellos se van conociendo. Y en ellas,
además de ejemplos para nuestra propia espiritualidad, nos encontramos con algo
que es propio de quien ama a los seres humanos: el sentido del humor, para
entender las situaciones difíciles y hermosas de cada quien y de cada comunidad.
Eso nos le alejaba nunca de su preocupación solidaria por quienes sufrían o se
sentían solos y abandonados. Desde la atención por las necesidades del mundo
hasta las hermosas experiencias de caridad que encontramos en sus biografías,
podemos descubrir la motivación de estos dos santos papas contemporáneos:
actuaban en nombre de Jesús y lo mostraban con total transparencia al mundo de
hoy.
Este
27 de abril, ciertamente, será un momento especial para todos los que, en
diversos momentos, pudimos conocer a Juan XXIII y Juan Pablo II. Es una ocasión
hermosa para darle gracias a Dios por el don de su Pascua vivida en ellos y por
ellos para beneficio de la Iglesia. La misericordia del Resucitado se ha dado a
conocer por medio de su testimonio de santidad. Es una lección para tantos
jóvenes que siguen buscando la excelencia de vida en la caridad y en el
servicio de los demás. Es una llamada de atención para todos en la Iglesia a
fin de seguir siendo testigos del amor de Dios. Es una invitación a toda la
humanidad para que, inspirados en ellos, busque a Dios de manera decidida.
La
Iglesia se enriquece con dos santos más. No es una cosa cualquiera. Es el
reconocimiento de la santidad de quienes lograron serlo con su fe, con su
caridad, con su entrega de servicio a la Iglesia y a la humanidad. Este 27 de
abril, al verlos en la gloria de los altares, nos corresponde hacer un acto de
fe en la santidad de Dios que se manifiesta en cada uno de los bautizados, y,
sobre todo, renovar el compromiso para que todos podamos ser santos como Dios
es Santo.