Cuando
hablamos de la Resurrección, hacemos referencia a “lo nuevo”; es decir a la
nueva creación, inaugurada con la Pascua de Cristo. Durante la Vigilia Pascual
recordamos que somos “hombres nuevos”. Pablo nos recuerda, a la vez, que hemos
de caminar por las sendas de la novedad de vida. Pero, ¿dónde está lo verdadera
y auténticamente “nuevo” que produce la Resurrección de Cristo? Ante todo,
hemos de tener muy presente que su gran efecto, al concedernos la salvación es
la de darnos la posibilidad real de llegar a ser hijos de Dios Padre. Desde
esta condición, ciertamente inédita e insólita en la historia de las
religiones, Jesús nos va a recordar en todo momento que somos discípulos suyos
para anunciar su Evangelio. Esto, además, lao debemos hacer como “testigos de
su Resurrección”. A partir de esta realidad es cómo podemos ver dónde está lo
auténticamente nuevo.
En
primer lugar lo “nuevo” de la resurrección se hace sentir en la transformación
personal de todo aquel que se decida ser discípulo de Jesús. Es tener los
mismos sentimientos del Señor y actuar en su nombre, bajo los parámetros de la
ley del amor fraterno. Esto conlleva una consecuencia muy importante: no se es
discípulo del Señor de manera aislada e individualista. Por la ley del amor
fraterno, se entiende que todos los discípulos de Jesús deben amarse los unos a
los otros y convivir en comunión.
En
segundo lugar, lo “nuevo” del discípulo se manifiesta a través de su fe: por
eso, no sólo se dejar “quemar” por el ardor de la Palabra de Dios, sino que
también es capaz de reconocerlo en la fracción del pan, tal y como les sucedió
a los discípulos de Emaús. Entonces, con esa condición no se quedará
tímidamente ensimismado, sino que saldrá a comunicar que Jesús ha resucitado y
ha introducido el cambio pascual en la humanidad.
En
tercer lugar, el discípulo se sentirá hermano de los otros discípulos y
participará así de la Iglesia; esto es la comunidad de los creyentes que se
distingue por su perseverancia en la oración, en la comunión eclesial, en la
fracción del Pan y en la Enseñanza de los Apóstoles, la Palabra de Dios. Para
ello, tendrán la fuerza del Espíritu Santo, que el mismo Jesús les entrega como
don precioso. Así es como podrán manifestarse ante el mundo como lo que deben
ser los discípulos miembros de la Iglesia: compartiendo todo, sin que nadie
pase necesidad, con alegría y sencillez. Es la forma como podrán ser testigos
de la resurrección” que anuncian el Evangelio del Señor y que, como
consecuencia, podrán hacer que otros se unan a ellos, para que siga creciendo
el número de los que quieren salvarse. Eso es lo que debemos hacer día a día
todos los creyentes y discípulos de Jesús. No hacerlo es no darle importancia a
la Resurrección del Señor. No hacerlo es tener el disfraz de cristiano y ser una
burda caricatura de discípulos del Señor Jesús.
Si
así actuamos, revestidos de lo “nuevo”, entonces podremos exclamar con Pablo:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia,
porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a
la esperanza de una vida nueva, que no puede ni corromperse ni mancharse y que
él nos tiene reservada como herencia en el cielo”
+Mario
Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario