El evangelista Juan nos relata sobre la experiencia de los primeros
discípulos; al encontrarse con el Señor le preguntaron dónde vivía. El
Maestro les fue claro: “Vengan a ver”. Y se fueron tras Él. En el fondo,
a lo largo del evangelio lo podemos comprobar: los discípulos fueron
entendiendo que el Señor había puesto su tienda en medio de ellos, en
medio de la humanidad, como lo recuerda el mismo evangelista (cf. 1,14).
La pregunta tenía su lógica. La respuesta quizás no pertenecía a la
lógica tradicional de los seres humanos… Pero, lo importante es la
reacción: “se quedaron con Él”.
Esa misma pregunta la hacen hoy
miles y miles de creyentes y hombres de buena voluntad. Preguntan dónde
vive o dónde se puede encontrar el Maestro de la Verdad y de la
libertad. La respuesta imaginada por muchos no es la ofrecida por el
mismo Jesús. Para muchos, pudiera el Señor encontrarse sólo en los
templos o en algunos sitios ligados a la religión. Para otros, más bien
habría que esperar la eternidad; y no falta quien dude acerca de su
presencia en medio de nosotros.
El Papa Francisco nos va
indicando dónde está el Maestro, dónde vive, dónde lo podemos encontrar.
Ciertamente, está en todas partes. Pero el Papa nos va señalando unos
lugares donde está habitando hoy el Maestro: las periferias
existenciales. Para no pocos, este concepto resulta difícil de entender;
en parte por lo novedoso, pero también en parte por no haber entendido
la invitación del Maestro de ir mar adentro. No es en la orilla de las
facilidades y de las comodidades, de los ritos rutinarios o de las
seguridades doctrinales donde vamos a encontrarnos con el Maestro. El
Señor nos está pidiendo ir a las periferias existenciales. Muchas veces
son de carácter territorial, pero en la mayoría de los casos están muy
cerca de nosotros, pues es en medio de la misma gente donde se encuentra
el Señor…. Y mucha gente aparentemente vecina a nosotros está alejada
de Dios…y allí es donde se debe buscar al Maestro.
Si le
preguntamos al Maestro dónde vive hoy vamos a encontrarnos con
respuestas variadas e insólitas. Eso sí, lo primero que nos dirá es
“venga a ver”… y comprobaremos dónde vive: en medio de quienes son
víctimas de la explotación, del maltrato de los prepotentes, del
desamparo, de la miseria… en medio de quienes están en los ancianatos
olvidados por sus hijos y familiares, en las salas de los hospitales
donde tantos hermanos sufren no sólo la enfermedad sino la soledad… en
medio de quienes se sienten abandonados y pasan hambre o son
menospreciados por su condición social, o los desplazados y los
inmigrantes despreciados por la sociedad… en medio de quienes deben
prostituirse para poder conseguir el alimento para sus hijos… en medio
de los esclavizados por la droga o el alcohol… en medio de los niños
abandonados o esclavizados en tantas partes del mundo… en medio de los
enfermos de sida y de los que sufren tantas enfermedades provocadas por
la descomposición moral de la sociedad… en medio de los encarcelados… en
medio de todo aquel que sufre. Y también entre los que han abandonado a
Dios y se han ido en busca de nuevos paraísos de consumismo y
materialismo….
El Señor nos vuelve a decir “vengan a ver”. Es
decir, nos invita a tomar en serio el seguimiento como discípulos suyos.
Y, entonces, salir al encuentro de todos para hablarles de la ternura
de Jesús, su misericordia y su decisión de convertir a todos en “hombres
nuevos, mujeres nuevas”. Para ello nos ha llamado y nos ha convertido
en pescadores de hombres, para ello nos ha pedido ir mar adentro, para
ello nos ha dado la fuerza de su Espíritu, para ello nos mandó salir a
hacer nuevos discípulos. Pero la cosa no se termina allí. La actitud a
tomar es la de los discípulos que fueron a ver dónde vivía: se quedaron
con Él. Nos toca a nosotros quedarnos donde Jesús está para darlo a
conocer, para aprender de Él también por las enseñanzas que nos da a
través de quienes le albergan.
Francisco está clamando por una
Iglesia en salida. Es nuestra tarea en los momentos actuales de nuestra
sociedad. No podemos permanecer con los brazos cruzados esperando a los
alejados. Es yendo donde ellos están como encontraremos al Señor. La
celebración de la Eucaristía nos permite tomar conciencia de esto y nos
impulsa para ello. De hecho el famoso “Ite Missa est” (Vayan, la Misa ha
acabado) tiene ese sentido: salir a compartir el pan de la Palabra y de
la Eucaristía con los demás…. Llevarlo a todos, en especial a quienes
están en las periferias existenciales como los antes mencionados. No
hacerlo es desvirtuar la fuerza liberadora y salvífica de la misma
Eucaristía.
Sea lo que sea, hagamos lo que hagamos, en la
conciencia de nuestra vocación debemos aceptar el reto de quedarnos
donde el Maestro se encuentre, pues en todo momento nos está retando:
“vengan a ver”.
+Mario Moronta R.,
Obispo de San Cristóbal.
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