La
Iglesia nos ha venido insistiendo en los últimos tiempos que todo bautizado es
discípulo misionero del Señor Jesús. Esta realidad pudiera pasar desapercibida
por muchos y, sobre todo, convertirse en una simple denominación sin mayores
compromisos por parte de los creyentes: “Sé que me dicen así y no más”. Sin
embargo, tiene que ver muchísimo con la transformación que produjo el bautismo
en cada uno de los creyentes. El bautismo nos hace hijos de Dios. Ya eso
significa la maravilla de la nueva existencia que hemos recibido. Pero no es
algo neutral. El mismo Dios Nos ha convertido en discípulos y misioneros de su
Hijo Jesús.
Esta
dimensión de discípulo-misionero hace del cristiano una persona que recibe un
compromiso y una tarea. El compromiso es el ser seguidor de Jesús. La tarea es
ser cooperador de la misión evangelizadora propuesta por el mismo Señor antes
de su ascensión al cielo. Con esta realidad existencial, el creyente se
convierte en un testigo cualificado de Jesucristo. Como dice el profeta, entonces,
el creyente llega a ser siervo de Dios por medio del cual manifiesta su gloria.
¿En
qué consiste manifestar la gloria de Dios? En primer lugar, transparentar, a
través de la filiación divina, la naturaleza de un Dios que lo ha unido a Sí
mismo. Es decir, el hijo de Dios -el creyente bautizado,- sencillamente muestra
lo que es, es decir el reflejo de Dios en medio de los demás. Por otra parte,
al ser misionero desde su experiencia de discípulo, lo que hace es mostrar el
rostro vivo de Cristo, gran revelador del Padre. Esto la hace mediante el
anuncio de su Evangelio.
Anunciar
el evangelio, cual discípulo y seguidor de Jesús conlleva, ante todo, hacer
como hizo el Bautista: darlo a conocer para que lo pudieran seguir los demás.
Por eso, no titubeó al proclamar: ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL
PECADO DEL MUNDO... Es así como da a conocer al Mesías.
El
creyente manifiesta la gloria de Dios: es decir muestra el poder verdadero del
Señor: el ser salvador que invita a todos a seguirlo. La tarea evangelizadora
hace, así del discípulo de Jesús, un signo de la gloria del Señor. Es testigo
de ese Dios humanado que revela al Padre y que da la salvación a todos los
seres humanos. De cada uno de nosotros, por tanto, depende que se siga
manifestando la gloria de Dios.
+Mario
Moronta R.
Obispo de San Cristóbal.
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