El profeta
Isaías anuncia la llegada de una gran luz que destruirá las tinieblas que
oscurecen la vida de la gente. Es una luz que resplandece y hará que el futuro
sea cierto y lleno de gloria. Mateo, al hablar del inicio de la misión de
Jesús, hace referencia a esa luz. Es precisamente la persona de Jesús, con su
Palabra y sus obras, la que hace realidad la luz que destruye la oscuridad que
abarcaba la vida de la gente. Jesús se presenta como Luz.
En el lenguaje
bíblico, Luz es salvación. Por tanto, la persona de Jesús es la que va a
reflejar la salvación al cumplir la promesa que hiciera Dios Padre a los
antiguos. La luz destruye la oscuridad que simboliza la maldad del pecado y que
obstruye el caminar de los pueblos hacia la plenitud del encuentro con Dios. El
símbolo de la luz es siempre positivo y habla de futuro y de esperanza. Por
eso, al iniciar el ministerio público del Mesías, Mateo recuerda esa profecía
de Isaías, acerca de la luz que verían los pueblos y que les daría la
posibilidad de conocer la gloria de Dios y darle una certeza de esperanza al
futuro de la humanidad.
Entonces, la luz
viene a significar todo aquello que hace Jesús con sus acciones y sus
enseñanzas, pero sobre todo con su entrega personal en favor de la humanidad.
Es lo que va a iluminar las sendas de la novedad por las que deberá transitar
la humanidad, Para lograr los beneficios de esa luz de salvación se requiere
algo muy importante: querer verla. Mateo, seguidamente que anuncia que con
Jesús se va viendo una luz grande indica cómo hay que hacer para abrir los ojos
a tan maravilloso resplandor de salvación: aceptar a Jesús. Esto exige la
conversión. De hecho cuando Jesús comienza a predicar y darse a conocer como
luz, invita a un cambio de vida: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino
de los cielos”. Marcos en su evangelio añadirá algo importante: “Conviértanse y
crean en el Evangelio”. Esto es: cambien de vida, abran los ojos y acepten la
luz que viene reflejada en el Evangelio; así se podrá tener cercanía al Reino
de los cielos. El Evangelio en el que hay que creer es la misma Persona de
Jesús: Él no sólo da a conocer al Padre y su designio de salvación, sino que lo
lleva a término al cumplir la voluntad salvífica del Padre Dios.
El mundo de hoy
está lleno de sombras y/o tinieblas que oscurecen la vida de tantísimos seres
humanos. A ellos también se les invita a que vean la luz, la gran luz que ya se
ha hecho presente con el acto redentor de Jesús, el Hijo de Dios. Nos
corresponde a nosotros, discípulos-misioneros de Jesús, hacerles conocer y
sentir el resplandor de esa luz maravillosa. Para ello, sin timideces ni
mediocridades, nos corresponde anunciar el Evangelio; es decir, anunciar la
Persona de Jesús Salvador... y acompañar a los que viven en tinieblas para que
puedan acceder a la luz de la salvación. Como nos lo pide el Papa Francisco,
sencillamente, tenemos que salir de nuestras comodidades para ir al encuentro
de esos hermanos que están sumidos en oscuridad... Pablo nos ha enseñado que
los creyentes en Cristo somos hijos de la luz y nuestra existencia completa
debe ser un testimonio de la luz. Si algo debemos hacer en estos tiempos
actuales es precisamente hacer que la luz brille, que todos puedan acceder al
resplandor de la verdad y del Evangelio. Esto es posible si nos comportamos
como hijos de la luz y hablamos, a tiempo y a destiempo, del Evangelio de
Jesús.
Esto es
precisamente lo que nos ha pedido Jesús, como bien lo reseña Pablo en su
primera carta a los corintios: El Señor nos envió a predicar el Evangelio,, con
nuestro testimonio y no sólo con palabras de sabiduría, “para no hacer ineficaz
la cruz de Cristo”. Desde nuestras existencias, vividas en comunión con Cristo,
debemos hacer brillar la gran luz de la salvación a la humanidad.
+Mario Moronta
R.,
Obispo de San Cristóbal.
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