San
Pablo describe la transformación radical de la existencia de un cristiano
bautizado como el paso de la oscuridad hacia la luz. “En otros tiempos ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor
son luz”. En las Escrituras, el tema de la luz tiene que ver con la
salvación. La oscuridad, además de indicar el pecado, habla de la perdición o
del alejamiento de Dios. Quien es bautizado recibe la luz de la salvación. El
mismo Pablo indicará también que el cristiano es “hijo de la luz”; es decir ha sido transformado por su resplandor y
por eso mismo debe revestirse de las armas de la luz. San Juan dará un paso
importante al identificar a Cristo con la luz “Yo soy la luz del mundo” afirmará el Señor. Es decir, “Yo soy la salvación”.
En
medio de un mundo lleno de tinieblas con tanto relativismo ético, manipulación
de la verdad y atentados contra la paz y la sana convivencia de los seres
humanos, el cristiano tiene la tarea y misión de hacer brillar la luz de Cristo
salvador en todo tiempo y lugar. Para ello, se debe valer del testimonio de
vida. Es portador de una luz que destruye definitivamente todo tipo de tiniebla
que ensombrece la existencia de tantos hombres y mujeres.
En
el relato de la curación del ciego de nacimiento, a la vez, podemos encontrar
tres actitudes en relación a la luz y a las tinieblas. La ceguera es sinónimo
de la total oscuridad. El ciego de nacimiento lo que quiere es poder ver. El
Señor obra el milagro porque Él es la luz del mundo. La primera actitud es la
de Jesús: precisamente obra el milagro de darle la vista a quien nunca la había
tenido. Y lo hace con sencillez, de manera directa. La segunda actitud es la de
los fariseos, que parecen empeñados en no querer que el ciego pueda admirar la
luz del Señor. Critican a Jesús por haber curado en sábado, pero no se dan
cuenta –es decir, no ven- del prodigio. No pueden ver ya que están cegados por
su cerrazón de corazón. Esto es, no creen en el que hace el milagro. Incluso
increpan a los familiares del ciego. A éste, como no logran hacerlo hablar en
contra de Jesús, lo destierran de la sinagoga; lo expulsan. Curiosamente,
terminan de botarlo del ámbito de la oscuridad para que entre definitivamente
en el mundo de la luz. Y la tercera actitud es la del ciego de nacimiento,
quien no termina de salir de su asombro, pues ha obtenido algo que nunca tuvo:
la vista. Entonces da el paso más importante: “¿Quién es el Hijo del Hombre para que yo crea?”. Jesús se le
termina de presentar y entonces su visión nueva se convierte en un acto de fe:
“Creo, Señor”.
Lamentablemente
hoy nos seguimos encontrando a mucha gente –incluso creyentes- que no terminan
de apoyar a los que de verdad quieren ver la luz. Los expulsan de sus grupos o
de sus “creencias” o de sus ateísmos donde prefieren seguir en tinieblas, hacia
el campo de la luz, donde se camina por las sendas de la salvación en una
novedad de vida. La ceguera impide ver el maravilloso mundo del amor de Dios:
por eso hay tantos desajustes y por eso mismo hay tantas dificultades que
llegan a convertirse en acciones malas o pecaminosas.
Quien está ciego o no
quiere ver la luz nunca verá el bien común de los demás; tampoco verá la
dignidad de la persona humana reflejada en el rostro de todos los seres
humanos, ni le verá sentido a las diversas situaciones por las que atraviesa su
existencia… Cristo ha venido para darnos a conocer la luz verdadera; para ello,
al igual que a aquel ciego de nacimiento, nos ha abierto los ojos de la fe.
Entonces, iluminados por su luz salvadora podremos decir como el ciego: “Creo, Señor”
+Mario
Moronta R.
Obispo
de san Cristóbal.
Hermosa reflexion de Mons. Moronta.
ResponderEliminarEn estos dias de oscuridad, de antivalores y de violencia, estamos llamados a ser Luz del mundo, Sal de la tierra e instrumentos de la Paz