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martes, 27 de mayo de 2014
sábado, 17 de mayo de 2014
Catequesis del Papa: Don de fortaleza
Don de fortaleza - versión imprimible
PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 14 de mayo de 2014
Miércoles 14 de mayo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los
tres primeros dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia y consejo. Hoy
pensemos en lo que hace el Señor: Él viene siempre a sostenernos en nuestra
debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de fortaleza.
Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos ayuda
a captar la importancia de este don. Un sembrador salió a sembrar; sin
embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del
camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre
abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas.
Sólo lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto (cf. Mc 4, 3-9; Mt
13, 3-9; Lc 8, 4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este
sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su
Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de
nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer
estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el
terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres
y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se
ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de
fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos.
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas
en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar.
Es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente duras y
dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia
resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no
dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y
a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo
siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y
resisten incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto.
También nosotros, todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones
difíciles, numerosos dolores. Pero, pensemos en esos hombres, en esas mujeres
que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia, educar a
los hijos: hacen todo esto porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda.
Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a
nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar
adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas
nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de
nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas,
de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos
gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el
Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en
esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no?
Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.
No hay que pensar que el don de fortaleza es necesario sólo
en algunas ocasiones o situaciones especiales. Este don debe constituir la nota
de fondo de nuestro ser cristianos, en el ritmo ordinario de nuestra vida
cotidiana. Como he dicho, todos los días de la vida cotidiana debemos ser
fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra
familia, nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que nos hará bien
escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). Cuando
afrontamos la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos esto:
«Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza». El Señor da la fuerza, siempre,
no permite que nos falte. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos
tolerar. Él está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me
conforta».
Queridos amigos, a veces podemos ser tentados de dejarnos
llevar por la pereza o, peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las
fatigas y las pruebas de la vida. En estos casos, no nos desanimemos,
invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro
corazón y comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro
seguimiento de Jesús.
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Papa Francisco
Catequesis del Papa: Don de consejo
Don de consejo - versión imprimible
PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 7 de mayo de 2014
Miércoles 7 de mayo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado en la lectura del pasaje del
libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el
don de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más
delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos
quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu,
quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo
justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este
don en nosotros?
En el momento en el que lo acogemos y lo
albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a
hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo,
nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como
modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los
hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita
a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios,
según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace
crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la
comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver
las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre
al mismo tema: ¡la oración! Es muy importante la oración. Rezar con las
oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con
nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer
ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos
ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La
oración! Jamás olvidar la oración. ¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando
rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio con el corazón.
Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don
de consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su
Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la
mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras
ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?,
¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía
profunda, casi connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas
son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os
preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os
sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis,
sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10,
19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar espacio
al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar, rezar para
que Él venga y nos ayude siempre.
Como todos los demás dones del Espíritu, también
el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El
Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo
allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los
hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de
fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra
vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del
Señor.
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo
estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también
un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas... Y
vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me
dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a
la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el
don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el
camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo.
Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto,
este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer
esto, esto y esto... Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y
el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este
don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de
Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos
escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor que me
aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al
Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda
siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su
paz. Pedid siempre el don de consejo.
Catequesis del Papa: Don de entendimiento
Don de entendimiento - versión imprimible
PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 30 de abril de 2014
Miércoles 30 de abril de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber analizado la sabiduría, como el primero de
los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el
segundo don, la inteligencia. No se trata en este caso de inteligencia humana,
es decir de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos
dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita
en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad
y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de
salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto,
describe bien los efectos de este don, ¿Qué hace este don del intelecto en
nosotros? Pablo dice esto: "Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni
entraron en el corazón del hombre, Dios las ha preparado para los que le aman.
Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu" (1 Cor 2,
9-10). Esto, obviamente no significa que el cristiano pueda comprender cada
cosa y tenga un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la
espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y
seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma
palabra, el intelecto permite "intus legere", leer el interior. Este
don nos hace entender las cosas como las hace Dios, como las entiende Dios, con
la inteligencia de Dios. Uno puede entender una situación con la inteligencia
humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad
como lo hace Dios es el efecto de este don. Jesús quiso enviarnos el Espíritu
Santo para que tuviéramos este don, para que todos nosotros podamos entender
las cosas como Dios lo hace, con la inteligencia de Dios. Es un buen regalo el
que Dios nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el que el Espíritu santo
nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor
que Él tiene para nosotros.
Está claro que el don del intelecto está estrechamente
conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e
ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el
Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús dijo a sus discípulos:
"Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender lo que yo os he
enseñado" Entender las enseñanzas de Jesús, entender la Palabra, el
Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender
algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos
entender con profundidad la Palabra de Dios y esto es un gran don, un gran don
que debemos pedir y pedir juntos: danos Señor el don del intelecto.
Hay un episodio del evangelio de Lucas que expresa muy bien
la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz
y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos,
se van de Jerusalén y se vuelven a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en
camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero
sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de
reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos están tan tristes y
desesperados que no lo reconocen. Cuando el Señor les explicas las Escrituras,
para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus
mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc
24,13-27). Esto es precisamente lo que el Espíritu Santo opera en nosotros, nos
abre la mente, nos la abre para entender mejor las cosas de Dios, las cosas
humanas, las situaciones, todas las cosas. Importante el don del intelecto para
nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé este don a todos nosotros,
para entender, como Él lo hace, las cosas que nos suceden y para entender sobre
todo las palabras del Evangelio
¡Gracias!
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Papa Francisco
Catequesis del Papa: Don de Saburía
Don de sabiduría - versión imprimible
PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 9 de abril de 2014
Miércoles 9 de abril de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del
Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma,
la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace
de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu
Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.
El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn
4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales
a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente
significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se
prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración
llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por
lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría
humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se
cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había
pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es
precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios.
Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los
problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces
vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón,
con amor o con odio, con envidia... No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría
es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las
cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.
Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios,
de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos
con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don
de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es
como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su
predilección.
El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano.
Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa,
que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo
actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene
esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en
este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es
que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y
se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es
algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos:
es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de
nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo,
podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta
senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos
de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar
las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el
Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al
Espíritu Santo.
Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando
uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra,
con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los
niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué
decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño
y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto...», y le explica
con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el
Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos
esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se
miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice:
«Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante
en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la
sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos
nosotros.
Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo.
Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el
don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a
mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las
palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la
familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la
gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la
sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!
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viernes, 2 de mayo de 2014
Novena al Espíritu Santo
Como itinerario de preparación para el Pentecostés Diocesano, se ha solicitado a la Coordinación de Pastoral una novena al Espíritu Santo.
La Coordinación de Pastoral ha preparado una novena sencilla con una seri de pasajes bíblicos para reflexionar cada día. La puedes descargar en el siguiente enlace:
Novena al Espíritu Santo
También puedes descargarla en una versión de tríptico para multiplicar en el siguiente enlace:
Novena al Espíritu Santo - Tríptico
Esta Novena está pensada para hacerse de manera comunitaria. Con lo cual, pueden ponerse de acuerdo un grupo de vecinos para hacerla juntos.
No tengamos miedo de hacer apostolado. Invitemos a todos a orar en la espera de un Nuevo Pentecostés para nuestra Diócesis.
La Coordinación de Pastoral ha preparado una novena sencilla con una seri de pasajes bíblicos para reflexionar cada día. La puedes descargar en el siguiente enlace:
Novena al Espíritu Santo
También puedes descargarla en una versión de tríptico para multiplicar en el siguiente enlace:
Novena al Espíritu Santo - Tríptico
Esta Novena está pensada para hacerse de manera comunitaria. Con lo cual, pueden ponerse de acuerdo un grupo de vecinos para hacerla juntos.
No tengamos miedo de hacer apostolado. Invitemos a todos a orar en la espera de un Nuevo Pentecostés para nuestra Diócesis.
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