PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 7 de mayo de 2014
Miércoles 7 de mayo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado en la lectura del pasaje del
libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el
don de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más
delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos
quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu,
quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo
justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este
don en nosotros?
En el momento en el que lo acogemos y lo
albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a
hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo,
nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como
modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los
hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita
a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios,
según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace
crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la
comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver
las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre
al mismo tema: ¡la oración! Es muy importante la oración. Rezar con las
oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con
nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer
ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos
ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La
oración! Jamás olvidar la oración. ¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando
rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio con el corazón.
Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don
de consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su
Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la
mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras
ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?,
¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía
profunda, casi connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas
son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os
preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os
sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis,
sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10,
19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar espacio
al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar, rezar para
que Él venga y nos ayude siempre.
Como todos los demás dones del Espíritu, también
el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El
Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo
allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los
hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de
fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra
vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del
Señor.
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo
estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también
un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas... Y
vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me
dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a
la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el
don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el
camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo.
Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto,
este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer
esto, esto y esto... Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y
el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este
don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de
Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos
escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor que me
aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al
Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda
siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su
paz. Pedid siempre el don de consejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario