PAPA
FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza
de San Pedro
Miércoles 9 de abril de 2014
Miércoles 9 de abril de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del
Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma,
la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace
de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu
Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.
El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn
4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales
a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente
significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se
prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración
llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por
lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría
humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se
cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había
pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es
precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios.
Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los
problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces
vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón,
con amor o con odio, con envidia... No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría
es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las
cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.
Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios,
de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos
con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don
de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es
como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su
predilección.
El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano.
Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa,
que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo
actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene
esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en
este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es
que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y
se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es
algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos:
es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de
nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo,
podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta
senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos
de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar
las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el
Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al
Espíritu Santo.
Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando
uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra,
con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los
niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué
decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño
y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto...», y le explica
con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el
Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos
esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se
miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice:
«Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante
en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la
sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos
nosotros.
Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo.
Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el
don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a
mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las
palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la
familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la
gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la
sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!
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