martes, 17 de marzo de 2015

QUISIÉRAMOS VER A JESÚS



Cercanos los días de la Pascua, nos refiere Juan el Evangelista, unos griegos le pidieron a Felipe la posibilidad de ver y conocer a Jesús. Probablemente se habían enterado de sus enseñanzas y de sus acciones prodigiosas. Cuando Felipe se lo comentó a Jesús, curiosamente, la respuesta no fue la de invitarlos a venir donde Él. Más bien hizo una enseñanza sobre la Hora de su glorificación.
Esta forma de respuesta no demuestra descortesía. Es una manera pedagógica del mismo Jesús: quien lo quiere conocer no debe quedarse sólo con el encuentro físico y un saludo de amistad. Más bien, todo aquel que desee conocerlo, como aquellos griegos, deben pasar a un segundo estadio más importante: entender por qué hace las cosas prodigiosas atribuidas a Él y por qué su Palabra tiene fuerza.
El marco de referencia de la respuesta de Jesús y de la anterior solicitud de aquellos griegos es la Pascua. Pero ya no se trata de la Pascua Judía, sino la nueva, la propia de Jesús. Por eso, en la enseñanza del evangelista Juan en el episodio mencionado hay una clara catequesis acerca de su Persona como salvador: en primer lugar ya reconoce el momento de llegada de la Hora. La Hora de Jesús es la de su plena manifestación como el Cordero Pascual, con su glorificación. Curiosamente ésta no se expresa con el brillo de los vestidos ni con el sonido de las fanfarrias; antes bien, el Maestro apela a una imagen curiosa: “Si el grano de trigo sembrado en la tierra o muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. Esta imagen va a servirle para reafirmar muchas de las enseñanzas anteriores: el Señor es capaz de entregar su propia vida para producir el gran fruto de la salvación.
No sólo a los griegos, con su curiosidad, sino a todos los discípulos del momento y posteriores, el mismo Señor les advierte: Seguirlo implica asumir la actitud del servidor. Y servir, en el evangelio implica ser capaz de dar la vida para salvar. Y aunque pueda haber temores y angustias por la cercanía de la muerte, en el caso más concreto de Jesús, vuelve a surgir el compromiso de quien debe cumplir la voluntad salvífica del Padre. El Señor, ante sus discípulos y ante quienes deseaban conocerlo, reafirma su comunión con el Padre y vuelve a reconocer la importancia de la Hora, la cual ya ha llegado de manera definitiva.
Como sucedió el día del Bautismo y el de la Transfiguración, el Padre da a conocer su estrecha comunión con el Hijo en el cumplimiento de su Misión: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Entonces, quienes le conocían o querían conocerlo vuelven a sentir la ratificación de Dios Padre: al Hijo amado, a quien se debe escuchar, ahora el Padre le garantiza el éxito –no humano- sino divino y salvífico de su Misión.
Es la Hora de Cristo, la de la nueva alianza profetizada por Jeremías y escrita en el corazón. Como dice el profeta ya nadie va a decir a sus hermanos “conoce al Señor”, pues “todos lo van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando les perdone sus culpas y perdone para siempre sus pecados”. Así el interés y la curiosidad de aquellos griegos no sólo se satisface sino también adquiere el verdadero sentido: conocer a Cristo es conocerlo glorificado, cumpliendo la promesa de salvación, viviendo la Hora definitiva y, sobre todo, siendo incorporados a la nueva alianza.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.