1.
En el ejercicio del Ministerio Episcopal, los Obispos tienen el deber de
enseñar la sana doctrina y proclamar la Verdad revelada que ilumina los
diversos aspectos de la vida de los creyentes y de todos los seres humanos. Al
realizarlo, con el carisma magisterial que les es propio, dan a conocer la
enseñanza de la Iglesia, que reconoce, defiende y promueve la dignidad de toda
persona humana.
2.
Desde este horizonte, queremos recordar y proclamar la Verdad sobre el hombre.
Nos revela la Escritura Sagrada que Dios creó al hombre y a la mujer a su
imagen y semejanza (cf. Gen. 1,27) Así, desde el inicio se estableció que
existen dos sexos que distinguen a los seres humanos: el masculino y el
femenino. Esta es una realidad esencial que se mantiene desde siempre y que no
se puede cambiar. “Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque
de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del
hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la
generosidad y la fecundidad del Creador: “El hombre deja a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24” (CATECISMO DE
LA IGLESIA CATOLICA, n. 2335).
3.
Con la Encarnación del Hijo de Dios, la naturaleza humana adquirió una mayor
dignidad. De hecho, Jesús de Nazaret, Dios humanado, con su entrega pascual
hizo posible que todo ser humano pudiera llegar a ser “hijo de Dios” (Cf. Jn
1,12). Así, le abrió la puerta a la humanidad para que alcanzara la plenitud de
la salvación al introducirla en el camino de la novedad de vida (Cf. Rom. 6,4).
4.
Desde el mismo acto creador, Dios instituyó el matrimonio entre el hombre y la
mujer. Con él, le dio la gracia de la complementariedad y de la fecundidad,
para que con sus hijos poblaran la tierra (cf. Gen 1,28) El matrimonio hace del
hombre un padre y de la mujer una madre. A través del diálogo de amor y la
mediación sexual, se hizo posible la comunión de los esposos, quienes con la
fecundidad manifestada en los hijos y la ulterior y permanente educación de los
mismos se manifiestan como especiales cooperadores del Dios Creador. El
CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA nos enseña: “Corresponde a cada uno, hombre y
mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la
complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los
bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la
pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas
entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos” (n.
2333).
5.
Jesús, el Señor, elevó el matrimonio a la categoría de sacramento. Como tal, es
un signo sensible de la gracia divina, que permite a los esposos santificarse y
hacer de su familia una “Iglesia doméstica”. Con esta realidad novedosa, el
matrimonio entre un hombre y una mujer, bendecidos por el sacramento, se
convierte en imagen de la estrecha e indisoluble comunión entre Cristo y su
Iglesia. Desde esta perspectiva, reconoce y reafirma la centralidad del
matrimonio natural entre hombre y mujer, y le da la importancia de sacramento
como la afirma la Tradición y el Magisterio de la misma Iglesia.
6.
En los últimos tiempos, debido a planteamientos antropológicos cuestionables,
se han venido presentando visiones distorsionadas sobre el matrimonio y la
familia, así como una ideología del género que pretende desvirtuar la Verdad
sobre la persona humana, el auténtico sentido de la sexualidad y hasta cambiar
la esencia natural del matrimonio. Una de esas distorsiones es el así
denominado “matrimonio igualitario” o uniones entre personas del mismo sexo.
7.
En nuestro país algunos grupos sociales están promoviendo la aprobación de este
tipo de “matrimonio igualitario” o uniones entre personas del mismo sexo.
Incluso han hecho la solicitud de la sustitución de los términos ‘marido y
mujer’ por ‘personas’ en el artículo 44 del Código Civil Venezolano; esto con
el fin de que en Venezuela pueda ser aprobado el llamado matrimonio
igualitario. En este sentido, queremos llamar la atención a todos los creyentes
y personas de buena voluntad. Lo hacemos desde nuestro oficio magisterial:
a)
La Iglesia insiste en la tolerancia y respeto que se debe tener hacia las
personas homosexuales. Así lo hizo saber la Congregación para la Doctrina de la
Fe en la “Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Atención Pastoral
a las Personas Homosexuales”, de amplia difusión, donde se expresa: “Es de
deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía
objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos
merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se
verifiquen. Revelan una falta de respeto que lesiona unos principios
elementales sobre los que se basa una sana convivencia civil. La dignidad
propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las
acciones y en las legislaciones.”
b)
Sin embargo, esto no significa que se haya de claudicar en la enseñanza de la
auténtica doctrina sobre la sexualidad y el matrimonio. Ninguna ideología puede
cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad existe
únicamente entre dos personas de sexo opuesto, que por medio de la recíproca
donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus
personas. No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni
siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el
matrimonio y la familia. Los actos homosexuales, en efecto, cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad
afectiva y sexual.
c)
En las uniones homosexuales están completamente ausentes los elementos
biológicos y antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar
razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones. Éstas no están en
condiciones de asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la
especie humana. En las uniones homosexuales por otra parte, falta la dimensión
conyugal, que representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales.
Éstas, en efecto, son humanas cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda
mutua de los sexos en el matrimonio y quedan abiertas a la transmisión de la
vida.
d)
Recordamos que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela acepta
como válido sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer. Para ello, se
fundamenta en la ley natural. Cualquier ley o disposición legal que pretenda
otra visión sobre el matrimonio y que se quiera someter a aprobación, además de
ir en contra de la ley natural, atenta contra el texto y enseñanza de la Carta
Magna de nuestra nación.
e)
Tampoco se debe hablar del “matrimonio igualitario” entre personas del mismo
sexo como si se tratara de un derecho humano. Los derechos humanos nacen de la
ley natural y de la moral auténtica y no de ideologías, de propuestas
culturales o de decisiones de entes jurídicos o legislativos. Es falso el
argumento según el cual la legalización de las uniones homosexuales sería
necesaria para evitar que los convivientes, por el simple hecho de su
convivencia homosexual, pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos
comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos.
8.
Pedimos a todos los miembros del Pueblo de Dios reafirmar y proclamar la
enseñanza de la Iglesia, sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia. A los
sacerdotes, les urgimos sobre el deber que tienen de hacerlo en todo momento
sea a través de las homilías, la catequesis y la enseñanza de la sana doctrina.
Los catequistas y los maestros católicos aprovechen toda oportunidad para
hacerlo tanto con sus alumnos como con los padres y representantes de los
mismos. De igual modo, en las escuelas católicas, en los grupos parroquiales,
en los grupos juveniles y en otras instancias eclesiales se ha de proponer esta
enseñanza. Los laicos, en especial quienes trabajan en la pastoral familiar,
están llamados a ser voceros de esta doctrina eclesial. Nadie está exceptuado a
hacerlo como tampoco se pueden esperar otros tiempos para hacerlo.
9.
La oportunidad de un próximo Sínodo de Obispos sobre la familia nos permite
promover esta enseñanza con decisión y valentía. Al hacerlo, estamos movidos
por el Espíritu Santo y estaremos actuando en el nombre del Señor Jesús, quien
nos ha hecho servidores de la Verdad y del Evangelio
COMISION
EPISCOPAL DE DOCTRINA, MORAL Y ECUMENISMO.
Caracas,
5 de febrero del año 2014.
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