9 de febrero de
2014
Queridas hermanas y hermanos:
Con el corazón todavía
emocionado por la bellísima fiesta de la ordenación del día de ayer en el
Polideportivo José María Vargas, hoy vengo a esta Sagrada Iglesia Catedral como
Obispo de La Guaira con temor y temblor, pero también con el corazón agradecido
a Dios por tanta bondad. Me asusta, como no podría hacerlo, la responsabilidad
confiada y los retos que debo asumir. Como dice san Pablo en la segunda
lectura, me siento “débil y temeroso” al presentarme ante ustedes. Vienen a mi
memoria las palabras de Pérez Bonalde, quien al dejar La Guaira y la seguridad
de la propia tierra, exclama:
Yo fuerte me
juzgaba,
mas, cuando fuera
me encontré y aislado,
el vértigo
sentí de pajarillo
que en la jaula
criado,
se ve de pronto
en la extensión perdido
de las etéreas
salas,
sin saber dónde
encontrará otro nido
ni a dónde,
torpes, dirigir sus alas.
A dónde ir dirigir las
alas? A dónde ir? No lo sé yo
ciertamente, no traigo un programa prefabricado. Haremos juntos un
discernimiento sobre el proyecto espiritual y pastoral de la diócesis,
seguiremos las mociones del Espíritu Santo que habla en la Palabra de Dios y en
las orientaciones de la Iglesia, en el Concilio Plenario de Venezuela y en la
propuesta de renovación del Papa Francisco, el cual nos invita a mantener las
puertas abiertas de la Iglesia, no sólo las del templo, sino de los sacramentos
y de la pastoral, las puertas abiertas para salir de los templos parroquiales y
como discípulos misioneros ir a as periferias geográficas y existenciales para
anunciar el Evangelio, consolar a los atribulados, animar a los tristes y
servir a los pobres.
El Evangelio que hemos leído
hoy nos recuerda que los cristianos, en cuanto seguidores y discípulos de
Jesús, somos sal de la tierra y luz del mundo. Dos bellas metáforas que nos
comprometen a dar sabor, a conservar lo bueno, a condimentar con la ternura, a
iluminar las tinieblas, a orientar hacia la luz que nace de lo alto. Pero puede
ser que el miedo paralice nuestra vocación de ser sal y luz, que guardemos la
sal del evangelio en el salero y no la compartamos con los demás, que
escondamos la luz de Cristo, que la tapemos con nuestras faltas y pecados, y
dejemos de ser signos en el mundo. La luz, como el bien, se difunde por sí
misma. Su vocación es salir de si, darse, extenderse. De aquí la advertencia
del Señor: “Alumbre así su luz a los
hombres para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en
el cielo”. Estamos llamados a ir por
todo el mundo, a los rincones de la ciudad, a los pueblos y las islas lejanas,
para dar testimonio del Evangelio de la alegría.
La segunda lectura nos recuerda
que el testimonio no es autorefencial, no somos testigos de nosotros mismos,
sino de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret, quien pasó haciendo el bien y
sanando a los poseídos por el mal, que murió en la cruz y resucitó al tercer
día. Somos testigos de su resurrección. El Crucificado es el Resucitado, lleva
las marcas de la pasión, las llagas de las heridas, pero en su resurrección
todo se convierte en un grito de esperanza y en un canto de vida. Nuestra fe no
se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. La
manifestación y el poder del Espíritu revelado en Jesucristo nos forma en el
seguimiento como discípulos, nos acredita como sus testigos y nos anima a ser
valientes misioneros.
Isaías nos hace presente la
dimensión profética de nuestra vocación: el Señor Jesús siendo rico se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza. El profeta nos recuerda: “Esto dice el
Señor: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al
que va desnudo y no te cierres a su propia carne”. Sólo el servicio a los
pobres y necesitados nos abre el camino a la justicia y a la gloria del
Señor. Se nos pide compartir el pan con
el hambriento, pasar de la opción por los pobres a la amistad con los pobres.
Hoy en toda Venezuela resuena la Palabra de Dios: desterrar la opresión, el
gesto amenazador, la maledicencia que otra cosa no es sino el odio que divide y
mata. Maldecir es decir y desear el mal a los demás, a los que no piensan como
yo. Los cristianos, por el contrario, somos personas de bendición no de
maldición, esto significa que pedimos la bendición de Dios y la damos a
nuestros hijos y a los demás. Bendecir es desear el bien, hacerlo presente, comprometerse
a desterrar el mal, el pecado, la división. Sólo el compromiso por la vida, la
paz, el dialogo y la reconciliación permitirá que la luz de Cristo brille en
las tinieblas.
La Guaira me habla de mi
infancia, por esas cosas de Dios de niño viví con mi familia entre las playas
de Macuto. Cuantos recuerdos de esos años felices de la niñez, con Pérez
Bonalde recuerdo:
Hay algo en esos
rayos brilladores
que juegan por
la atmósfera azulada,
que me hablan
de ternuras y de amores
de una dicha
pasada
y el viento al
suspirar entre las cuerdas,
parece que me
dice “¿no te acuerdas?”…
Ese cielo, ese
mar, esos cocales,
ese monte que
dora
el sol de las
regiones tropicales…
¡Luz! ¡Luz al
fin! –los reconozco ahora:
son ellos, son
los mismos de mi infancia,
y esas playas
que al sol del mediodía
brillan a la
distancia,
¡Oh inefable
alegría!
Es mucho el camino recorrido en
estos años, hoy vuelvo como peregrino, como discípulo en medio de ustedes: sacerdotes,
religiosas y laicos. Vengo, como lo dije ayer, para seguir siendo “honrado
ciudadano y buen cristiano”, y para aprender a ser obispo y pastor con el
corazón de Dios. Juntos seguiremos caminando en la misión evangelizadora para
encender la llama de la fe. La peregrinación de la Virgen de Lourdes el día martes 11, iniciada hace 130
años por el P. Santiago Machado y la Madre Emilia, ser simbolizará el caminar
guiados por la Madre de Dios. La asamblea diocesana el sábado 15 de marzo será
ocasión para evaluar la misión y vislumbrar el camino. Todos están invitados a
la asamblea. Quiero conocerlos, visitarlos en sus comunidades, escucharlos, ir
construyendo el proyecto pastoral diocesano.
Les pido muchas oraciones por la diócesis y, como dice el Papa
Francisco, “Recen por mí”.
Una oración por todos los difuntos de nuestra diócesis: por sus pastores
obispos, mañana recordamos el segundo
aniversario de la muerte de Mons. Francisco de Guruceaga, por él ofrecemos esta
Eucaristía; por todos los sacerdotes por las religiosas y todas los agentes de
pastoral que han dado su vida en estas tierras construyendo caminos en la mar;
por las víctimas de la tragedia del deslave y de la violencia que siega tantas
jóvenes vidas.
Que el Cristo de la Salud nos ayude a sanar las heridas. Que la Virgen de
El Valle nos acompañe al navegar el mar Caribe que baña las costas de nuestro
estado y nos ayude a encontrar las perlas de Evangelio sembradas en nuestra
gente. Que San Pedro apóstol, patrono de la diócesis, sea ejemplo en el amor a
Jesús: “Si Señor, tú sabes que te quiero” y
en el ministerio de apacentar las ovejas.
Concluyo con el poeta (Pérez Bonalde) quien, después de despedirse de la
tumba de su madre, se pregunta: “¿a dónde voy?”
¿A dónde ---¡a
la corriente de la vida,
a luchar con
las ondas brazo a brazo,
hasta caer en
su mortal regazo
con alma en paz
y con la frente erguida!.
DIOS, JESÚS,SAN JOSÉ Y LA VIRGEN LO BENDIGAN, LO ACOMPAÑEN, LO AMPAREN Y LO FAVOREZCAN Y QUE EL ESPIRITTU SANTO SEA SIEMPRE SU DUEÑO.AMÉN.AMÉN.AMÉN.
ResponderEliminarExcelente homilía, mucho que meditar y discernir....
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