En no pocas ocasiones, los cristianos nos
preguntamos sobre cómo hacer para curar enfermos. Más aún, muchos buscan
“sanadores” para ver si se les hace un “milagrito”. En el fondo, permanece una
especie de búsqueda de lo mágico… porque detrás de esas búsquedas no se
encuentra una actitud de fe ni de compromiso de conversión. Por eso, se debe
tener mucho cuidado con falsas interpretaciones del Evangelio, el cual nos
habla de las curaciones prodigiosas realizadas por el Señor.
San Pablo nos advierte acerca de dos
actitudes necesarias: una primera es hacer todo para la gloria de Dios. “Todo
lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo
para la gloria de Dios”. Esto califica la vida de un creyente: cualquier cosa
se haga, sea quien sea, no se puede hacer para vanagloria ni para conseguir
prebendas mundanas: la vida de unos padres de familia, de unos hijos, de los
laicos, de los sacerdotes, de las religiosas, de los profesionales, de los
obreros, de los estudiantes… de todos los creyentes debe manifestar la gloria
de Dios. Es decir, debe vivirse con la fe, la esperanza y la caridad y así
demostrar la presencia viva de Dios en cada uno de nosotros.
Para eso, Pablo nos enseña cómo
demostrarlo: “sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”. La
imitación de Cristo nos permitirá hacer todo en nombre suyo y para la gloria
del Padre. En el fondo es continuar, entre y con nosotros, su obra de
salvación. No podemos darnos el lujo de decirnos cristianos y actuar como si no
lo fuéramos. Más bien debemos pensar en lo que sí podemos y debemos hacer.
Desde este horizonte, entonces, nos debemos apuntar a demostrarlo como testigos
del Resucitado. Es necesario tenerlo en cuenta, pues en nuestra sociedad se
busca privilegiar lo mundano. Los cristianos, discípulos de Jesús, hemos de ser
luz del mundo: para ello, sencillamente actuar en el nombre de Cristo. Hacerlo
mostrará su presencia dinamizadora en nosotros y provocará la imitación de
muchos. No en vano, el mismo Pablo nos advierte que no tenemos un espíritu de
timidez, sino de decisión y valentía para hacer de nuestra imitación de Cristo
un testimonio eficaz.
Habida cuenta de lo anterior podemos tener
claro también mucho de lo que sí podemos hacer. Quizás, como lo hizo Jesús en
el Evangelio no podremos curar un leproso… o hacer sanaciones como muchos
buscan y pretenden sólo por conseguirla sin mayor compromiso posterior de
carácter evangelizador. Pero, por otra parte sí es mucho lo que podemos y
debemos hacer: Podemos curar las heridas causadas en tantos amigos y familiares
por el mal humor y la falta de respeto hacia ellos… podemos curar la tristeza
de tantos hermanos nuestros golpeados por la enfermedad, la pérdida de un ser
querido, por miles de problemas, con la alegría del Evangelio nacida de un
encuentro vivo con Jesús… podemos hacer un decidido esfuerzo por devolverle la
salud al amor conyugal que, por muchos motivos, puede estar muriendo… podemos
aliviar la situación económica de tantos amigos y hasta desconocidos mediante
una sincera solidaridad y el compartir de los bienes propios… podemos sanar la
tristeza de aquel familiar o amigo o vecino al cual le hemos quitado el habla
por no pensar como nosotros… podemos restaurar la salud del compañero de
trabajo, o subordinado o empleado ante el cual nos mostramos prepotentes y como
si fuéramos más que ellos… podemos hacerles más llevadera su enfermedad a los
amigos, familiares, vecinos muchas veces olvidados por los suyos… podemos
hacerle más alegre la ancianidad a todos los abuelitos, en especial quienes se
sienten abandonados de sus hijos y nietos y muchas veces recluidos en
ancianatos…. Podemos aumentar la alegría de los padres con hijos
discapacitados, menospreciados por quienes se creen grandes y potentes en la
sociedad…. Podemos sanar de verdad tantas angustias, tantas pequeñas penas
tantas heridas…
Todo tiene una fuente: el mismo Cristo,
quien nos ha asociado a Él. Por eso, al actuar en su nombre, podremos realizar esas sanaciones necesarias y urgentes, para la gloria de
Dios… y para que otros, al vernos actuar en su nombre, se arriesguen y animen a
imitarnos, no a nosotros, sino al Cristo reflejado en nuestra conducta y
testimonio. Por eso, debemos decir, “sí quiero”.
+Mario Moronta R.,
Obispo de San Cristóbal.
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