sábado, 26 de abril de 2014

¿Dónde está lo auténticamente nuevo?



Cuando hablamos de la Resurrección, hacemos referencia a “lo nuevo”; es decir a la nueva creación, inaugurada con la Pascua de Cristo. Durante la Vigilia Pascual recordamos que somos “hombres nuevos”. Pablo nos recuerda, a la vez, que hemos de caminar por las sendas de la novedad de vida. Pero, ¿dónde está lo verdadera y auténticamente “nuevo” que produce la Resurrección de Cristo? Ante todo, hemos de tener muy presente que su gran efecto, al concedernos la salvación es la de darnos la posibilidad real de llegar a ser hijos de Dios Padre. Desde esta condición, ciertamente inédita e insólita en la historia de las religiones, Jesús nos va a recordar en todo momento que somos discípulos suyos para anunciar su Evangelio. Esto, además, lao debemos hacer como “testigos de su Resurrección”. A partir de esta realidad es cómo podemos ver dónde está lo auténticamente nuevo.

En primer lugar lo “nuevo” de la resurrección se hace sentir en la transformación personal de todo aquel que se decida ser discípulo de Jesús. Es tener los mismos sentimientos del Señor y actuar en su nombre, bajo los parámetros de la ley del amor fraterno. Esto conlleva una consecuencia muy importante: no se es discípulo del Señor de manera aislada e individualista. Por la ley del amor fraterno, se entiende que todos los discípulos de Jesús deben amarse los unos a los otros y convivir en comunión.

En segundo lugar, lo “nuevo” del discípulo se manifiesta a través de su fe: por eso, no sólo se dejar “quemar” por el ardor de la Palabra de Dios, sino que también es capaz de reconocerlo en la fracción del pan, tal y como les sucedió a los discípulos de Emaús. Entonces, con esa condición no se quedará tímidamente ensimismado, sino que saldrá a comunicar que Jesús ha resucitado y ha introducido el cambio pascual en la humanidad.

En tercer lugar, el discípulo se sentirá hermano de los otros discípulos y participará así de la Iglesia; esto es la comunidad de los creyentes que se distingue por su perseverancia en la oración, en la comunión eclesial, en la fracción del Pan y en la Enseñanza de los Apóstoles, la Palabra de Dios. Para ello, tendrán la fuerza del Espíritu Santo, que el mismo Jesús les entrega como don precioso. Así es como podrán manifestarse ante el mundo como lo que deben ser los discípulos miembros de la Iglesia: compartiendo todo, sin que nadie pase necesidad, con alegría y sencillez. Es la forma como podrán ser testigos de la resurrección” que anuncian el Evangelio del Señor y que, como consecuencia, podrán hacer que otros se unan a ellos, para que siga creciendo el número de los que quieren salvarse. Eso es lo que debemos hacer día a día todos los creyentes y discípulos de Jesús. No hacerlo es no darle importancia a la Resurrección del Señor. No hacerlo es tener el disfraz de cristiano y ser una burda caricatura de discípulos del Señor Jesús.

Si así actuamos, revestidos de lo “nuevo”, entonces podremos exclamar con Pablo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede ni corromperse ni mancharse y que él nos tiene reservada como herencia en el cielo”

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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