sábado, 17 de enero de 2015

¿DÓNDE VIVES, MAESTRO?

El evangelista Juan nos relata sobre la experiencia de los primeros discípulos; al encontrarse con el Señor le preguntaron dónde vivía. El Maestro les fue claro: “Vengan a ver”. Y se fueron tras Él. En el fondo, a lo largo del evangelio lo podemos comprobar: los discípulos fueron entendiendo que el Señor había puesto su tienda en medio de ellos, en medio de la humanidad, como lo recuerda el mismo evangelista (cf. 1,14). La pregunta tenía su lógica. La respuesta quizás no pertenecía a la lógica tradicional de los seres humanos… Pero, lo importante es la reacción: “se quedaron con Él”.
Esa misma pregunta la hacen hoy miles y miles de creyentes y hombres de buena voluntad. Preguntan dónde vive o dónde se puede encontrar el Maestro de la Verdad y de la libertad. La respuesta imaginada por muchos no es la ofrecida por el mismo Jesús. Para muchos, pudiera el Señor encontrarse sólo en los templos o en algunos sitios ligados a la religión. Para otros, más bien habría que esperar la eternidad; y no falta quien dude acerca de su presencia en medio de nosotros. 
El Papa Francisco nos va indicando dónde está el Maestro, dónde vive, dónde lo podemos encontrar. Ciertamente, está en todas partes. Pero el Papa nos va señalando unos lugares donde está habitando hoy el Maestro: las periferias existenciales. Para no pocos, este concepto resulta difícil de entender; en parte por lo novedoso, pero también en parte por no haber entendido la invitación del Maestro de ir mar adentro. No es en la orilla de las facilidades y de las comodidades, de los ritos rutinarios o de las seguridades doctrinales donde vamos a encontrarnos con el Maestro. El Señor nos está pidiendo ir a las periferias existenciales. Muchas veces son de carácter territorial, pero en la mayoría de los casos están muy cerca de nosotros, pues es en medio de la misma gente donde se encuentra el Señor…. Y mucha gente aparentemente vecina a nosotros está alejada de Dios…y allí es donde se debe buscar al Maestro.
Si le preguntamos al Maestro dónde vive hoy vamos a encontrarnos con respuestas variadas e insólitas. Eso sí, lo primero que nos dirá es “venga a ver”… y comprobaremos dónde vive: en medio de quienes son víctimas de la explotación, del maltrato de los prepotentes, del desamparo, de la miseria… en medio de quienes están en los ancianatos olvidados por sus hijos y familiares, en las salas de los hospitales donde tantos hermanos sufren no sólo la enfermedad sino la soledad… en medio de quienes se sienten abandonados y pasan hambre o son menospreciados por su condición social, o los desplazados y los inmigrantes despreciados por la sociedad… en medio de quienes deben prostituirse para poder conseguir el alimento para sus hijos… en medio de los esclavizados por la droga o el alcohol… en medio de los niños abandonados o esclavizados en tantas partes del mundo… en medio de los enfermos de sida y de los que sufren tantas enfermedades provocadas por la descomposición moral de la sociedad… en medio de los encarcelados… en medio de todo aquel que sufre. Y también entre los que han abandonado a Dios y se han ido en busca de nuevos paraísos de consumismo y materialismo….
El Señor nos vuelve a decir “vengan a ver”. Es decir, nos invita a tomar en serio el seguimiento como discípulos suyos. Y, entonces, salir al encuentro de todos para hablarles de la ternura de Jesús, su misericordia y su decisión de convertir a todos en “hombres nuevos, mujeres nuevas”. Para ello nos ha llamado y nos ha convertido en pescadores de hombres, para ello nos ha pedido ir mar adentro, para ello nos ha dado la fuerza de su Espíritu, para ello nos mandó salir a hacer nuevos discípulos. Pero la cosa no se termina allí. La actitud a tomar es la de los discípulos que fueron a ver dónde vivía: se quedaron con Él. Nos toca a nosotros quedarnos donde Jesús está para darlo a conocer, para aprender de Él también por las enseñanzas que nos da a través de quienes le albergan.
Francisco está clamando por una Iglesia en salida. Es nuestra tarea en los momentos actuales de nuestra sociedad. No podemos permanecer con los brazos cruzados esperando a los alejados. Es yendo donde ellos están como encontraremos al Señor. La celebración de la Eucaristía nos permite tomar conciencia de esto y nos impulsa para ello. De hecho el famoso “Ite Missa est” (Vayan, la Misa ha acabado) tiene ese sentido: salir a compartir el pan de la Palabra y de la Eucaristía con los demás…. Llevarlo a todos, en especial a quienes están en las periferias existenciales como los antes mencionados. No hacerlo es desvirtuar la fuerza liberadora y salvífica de la misma Eucaristía.
Sea lo que sea, hagamos lo que hagamos, en la conciencia de nuestra vocación debemos aceptar el reto de quedarnos donde el Maestro se encuentre, pues en todo momento nos está retando: “vengan a ver”.

+Mario Moronta R., 
Obispo de San Cristóbal.

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