lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Qué vamos a hacer?



El inicio de un año siempre nos crea expectativas e interrogantes. Son muchos los deseos y los planes. Pero no falta la pregunta por el qué pasará y el qué vamos a hacer. Si hacemos miles de ejercicios de imaginación seguro que nos perderemos en un infinito de ideas, planes y proyectos… y hasta de angustias. Por eso, quienes tenemos fe en Cristo, la respuesta nos la da el mismo Evangelio. Hemos celebrado la Navidad y estamos comenzando un nuevo año. Frente a los vaticinios que podamos conseguir, sencillamente tenemos una propuesta. La misma fue vivida hace dos mil años y la realizaron los pastores que fueron a conocer al Mesías, nacido en una gruta de los campos de Belén: “los pastores volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado”.

La tarea es fácil si se tiene fe. La tarea será aún más fácil si en Navidad hicimos lo que debíamos haber hecho: celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. La tarea seguirá siendo fácil, si con la sencillez de los pastores, entendemos que se ha de anunciar lo que hemos visto y oído. No olvidemos que en la primera Carta de San Juan, se nos pide que seamos testigos de lo que hemos visto y oído.

Ahora bien, ¿qué hemos visto y qué hemos oído? Hemos oído que la Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros para dar la liberación a la humanidad. Hemos visto cómo la gloria de Dios, luego de 2000 años del acontecimiento de la primera Navidad, se sigue manifestando y dando a conocer a la humanidad. Ello supone la actitud de los pastores: el asombro de lo que vieron se convirtió en testimonio de fe y de anuncio del evangelio. Sería bien interesante que nos preguntáramos, desde esta perspectiva ¿qué vamos a hacer al encontrarnos con nuestros compañeros de clase, o de trabajo, o con los vecinos? ¿Les hablaremos de lo que hemos visto y oído? ¿Les podremos decir que de verdad celebramos una Navidad cristiana?... O, por el contrario, no tendremos qué contar, porque no fuimos capaces de ver ni de oír lo que sucedió en Belén, y que, en el fondo debió haberse repetido en cada uno de nuestros corazones, hogares y comunidades.

El mundo de hoy está ansioso de poder recibir la Palabra de Dios. Es el compromiso de cada uno de los creyentes y discípulos de Jesús. Si no le hablamos a la humanidad de hoy del misterio auténtico de Jesús, muchos hermanos nuestros seguirán transitando por el desierto materialista del cual nos advertía en el pasado reciente Benedicto XVI. Por eso, al igual que los pastores, tenemos que salir con la audacia de los evangelizadores misioneros a hablarles a los demás de lo que hemos visto y hemos oído. Para que no fallemos ni nos cansemos, el mismo Evangelio nos da la clave. La podemos encontrar en la actitud de María: Ella guardaba todas esas cosas maravillosas que estaba viviendo en su corazón y las meditaba. Es decir, día a día, en lo más profundo de nuestro ser, tenemos que hacer presente el misterio del Dios encarnado. Máxime cuando Él nos ha asociado a Sí mismo por el bautismo. El nuevo Año se nos presenta como un tiempo de gracia donde bien sabemos lo que hay que hacer: dar testimonio de lo que hemos visto y oído.

+Mario Moronta R.
Obispo de San Cristóbal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario