miércoles, 22 de enero de 2014

Una gran luz...



El profeta Isaías anuncia la llegada de una gran luz que destruirá las tinieblas que oscurecen la vida de la gente. Es una luz que resplandece y hará que el futuro sea cierto y lleno de gloria. Mateo, al hablar del inicio de la misión de Jesús, hace referencia a esa luz. Es precisamente la persona de Jesús, con su Palabra y sus obras, la que hace realidad la luz que destruye la oscuridad que abarcaba la vida de la gente. Jesús se presenta como Luz.

En el lenguaje bíblico, Luz es salvación. Por tanto, la persona de Jesús es la que va a reflejar la salvación al cumplir la promesa que hiciera Dios Padre a los antiguos. La luz destruye la oscuridad que simboliza la maldad del pecado y que obstruye el caminar de los pueblos hacia la plenitud del encuentro con Dios. El símbolo de la luz es siempre positivo y habla de futuro y de esperanza. Por eso, al iniciar el ministerio público del Mesías, Mateo recuerda esa profecía de Isaías, acerca de la luz que verían los pueblos y que les daría la posibilidad de conocer la gloria de Dios y darle una certeza de esperanza al futuro de la humanidad.

Entonces, la luz viene a significar todo aquello que hace Jesús con sus acciones y sus enseñanzas, pero sobre todo con su entrega personal en favor de la humanidad. Es lo que va a iluminar las sendas de la novedad por las que deberá transitar la humanidad, Para lograr los beneficios de esa luz de salvación se requiere algo muy importante: querer verla. Mateo, seguidamente que anuncia que con Jesús se va viendo una luz grande indica cómo hay que hacer para abrir los ojos a tan maravilloso resplandor de salvación: aceptar a Jesús. Esto exige la conversión. De hecho cuando Jesús comienza a predicar y darse a conocer como luz, invita a un cambio de vida: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Marcos en su evangelio añadirá algo importante: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Esto es: cambien de vida, abran los ojos y acepten la luz que viene reflejada en el Evangelio; así se podrá tener cercanía al Reino de los cielos. El Evangelio en el que hay que creer es la misma Persona de Jesús: Él no sólo da a conocer al Padre y su designio de salvación, sino que lo lleva a término al cumplir la voluntad salvífica del Padre Dios.

El mundo de hoy está lleno de sombras y/o tinieblas que oscurecen la vida de tantísimos seres humanos. A ellos también se les invita a que vean la luz, la gran luz que ya se ha hecho presente con el acto redentor de Jesús, el Hijo de Dios. Nos corresponde a nosotros, discípulos-misioneros de Jesús, hacerles conocer y sentir el resplandor de esa luz maravillosa. Para ello, sin timideces ni mediocridades, nos corresponde anunciar el Evangelio; es decir, anunciar la Persona de Jesús Salvador... y acompañar a los que viven en tinieblas para que puedan acceder a la luz de la salvación. Como nos lo pide el Papa Francisco, sencillamente, tenemos que salir de nuestras comodidades para ir al encuentro de esos hermanos que están sumidos en oscuridad... Pablo nos ha enseñado que los creyentes en Cristo somos hijos de la luz y nuestra existencia completa debe ser un testimonio de la luz. Si algo debemos hacer en estos tiempos actuales es precisamente hacer que la luz brille, que todos puedan acceder al resplandor de la verdad y del Evangelio. Esto es posible si nos comportamos como hijos de la luz y hablamos, a tiempo y a destiempo, del Evangelio de Jesús.

Esto es precisamente lo que nos ha pedido Jesús, como bien lo reseña Pablo en su primera carta a los corintios: El Señor nos envió a predicar el Evangelio,, con nuestro testimonio y no sólo con palabras de sabiduría, “para no hacer ineficaz la cruz de Cristo”. Desde nuestras existencias, vividas en comunión con Cristo, debemos hacer brillar la gran luz de la salvación a la humanidad.

+Mario Moronta R., 
Obispo de San Cristóbal.

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