viernes, 20 de febrero de 2015

PARA REAFIRMAR EL BAUTISMO...



Durante el tiempo de la Cuaresma, de acuerdo a la tradición de la Iglesia, intensificamos la oración, el ayuno y las obras de caridad. Pero podemos correr el riesgo de no saber el porqué de todo esto. Ciertamente, la cuaresma nos va preparando para la celebración del misterio pascual, a partir del cual nos convertimos en criaturas nuevas, hijos de Dios. Es lógico ver en la liturgia pascual una referencia directa al bautismo. Sin embargo, si la cuaresma es un tiempo para prepararnos a la Pascua, no deja de estar presente la referencia al bautismo.

Así nos lo deja ver la liturgia del primer domingo de cuaresma, del ciclo B de la Liturgia Católica. Hay una referencia a la alianza entre Dios y los hombres, con el signo del arco iris y la figura de Noé, cual representante de la humanidad. Esta alianza va a conseguir su plenitud en la Pascua con Jesús. Éste, al inicio de su ministerio público, no sólo indica la llegada de la plenitud de los tiempos, sino que hace una invitación directa, de carácter bautismal, a todos sus oyentes: “Conviértanse y crean en el evangelio”. Todo esto es posible, pues ha llegado el reino de Dios, cuyo personaje central es el mismo Cristo. Éste ha vencido al demonio en el desierto, luego de las tentaciones, y lo terminará de derrotar en la Cruz y con la Resurrección.

Pedro nos recuerda cómo el bautismo, prefigurado en el arco iris de la alianza de Noé, nos purifica y nos salva, y a la vez nos da presenta un compromiso: “vivir con una buena conciencia ante Dios”. El bautismo no es sólo un rito sacramental que se recibe en un momento determinado. Es el sacramento con el cual se inicia el peregrinar por las sendas de la salvación. Es el sacramento mediante el cual el creyente hace realidad el convertirse y creer en el evangelio. Todo por una razón precisa: el bautismo nos convierte en seguidores de Jesús, en sus discípulos, además de hacernos hijos de Dios.

La cuaresma nos permite, como tiempo fuerte en la Iglesia, profundizar nuestra vocación bautismal. Es decir, nuestra vocación a ser discípulos de Jesús. Por eso, las prácticas cuaresmales se orientan, sencillamente, a ayudarnos a madurar la opción de fe. La oración intensa e intensificada en este tiempo nos impulsa a un encuentro vivo y permanente con el señor, encuentro al cual podemos acceder gracias al bautismo. Los ayunos y otras prácticas cuaresmales (penitencia, mortificación, etc…) nos ayudan a demostrarnos la capacidad de amor que Dios ha colocado en nosotros desde el mismo bautismo: así manifestamos nuestra total disponibilidad y generosidad ante Dios. Esta generosidad se fortalece con las acciones de caridad (misericordia, solidaridad, comunión) con los demás y, particularmente con los más necesitados. Precisamente por el bautismo recibimos el mandato del amor fraterno, el cual a la vez es un don del espíritu para nosotros: así seremos reconocidos como discípulos del mismo Señor Jesús.

La cuaresma nos permite reafirmar nuestra condición de bautizados. Así no sólo nos preparamos para la gran fiesta de la Pascua, sino también volvemos a tomar conciencia de nuestra identidad de seguidores de Jesús. Si Él venció al tentador y lo puso en su puesto, asimismo nosotros, mediante su gracia podremos hacerlo. Ello supone dejar a un lado los criterios del mundo y asumir los valores del evangelio en el cual hemos de creer y adecuar nuestra existencia, en un proceso continuo de conversión. Al hacer todo esto podremos expresar en nuestras vidas lo que se le pide al Padre Dios en la oración colecta de este primer domingo de cuaresma: “progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y traducir su efecto en una conducta irreprochable”.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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