viernes, 8 de mayo de 2015

Amigos, no siervos...



Aunque el mismo Señor Jesús nos invita a mostrarnos como servidores de los demás (y nos dio el ejemplo al lavar los pies a sus discípulos y pedir imitarlo), sin embargo Él a los suyos no los llama siervos, sino amigos. Esta es una elección de propia iniciativa suya. No somos nosotros quienes hemos elegido ser sus amigos. El tomó la decisión de hacerlo. Le costó el precio de su sangre, con la cual nos liberó y nos asoció a Él. Por eso, en la Última Cena, no sólo nos dio el ejemplo de “servicio”, sino además nos quiso demostrar el amor más grande al ofrendar su propia vida por sus amigos. En ese mismo instante, los estaba convirtiendo en amigos: no se debía esperar para más tarde. Se trata de una elección con una consecuencia: dar un fruto que permanezca.

Desde esta experiencia, Pedro, cuando se encuentra con Cornelio y lo bautiza, aún viniendo éste del paganismo, entiende que para Dios no hay acepción de personas. Ya no hay distinción, pues la redención se ha abierto a todos. Pablo lo dirá con otras palabras, al presentarnos el modelo del hombre nuevo, nacido del derribamiento de todo muro de división… evento que nació en la Pascua liberadora y redentora de Jesús.

Para poder hacer posible esto nos pidió amarnos los unos a los otros. Nos convirtió en hijos del Padre y hermanos. Con ello, al hacernos sus amigos, nos introdujo en el círculo de sus amistades y nos pidió que todos pudiéramos llegar a ser “amigos”. Quizás no con el sentido de la psicología, sino con el del Evangelio: reconocernos iguales, y no siervos unos de otros. También, si somos seguidores y discípulos de Jesús, nos corresponde ser amigos de los demás. Por eso, no deberíamos ni llamar ni considerar a otros como sirvientes.

Dios nos ha amado y nos ha destinado para amar. Es el fruto propio de quien permanece en Jesús. Si de verdad queremos no sólo ser sino también demostrar nuestra identificación como discípulos-amigos de Jesús, entonces no podemos tratar a los demás con distinción, como si fueran “sirvientes o siervos” nuestros.

Lamentablemente en el mundo de hoy nos encontramos con otra idea. En la sociedad nos hallamos con muchas personas esclavizadas por el egoísmo y la mala intención de quienes se creen superiores a los demás. Si son cristianos, la cosa es más delicada, ya que hemos sido invitados a amarnos y, por tanto a tratarnos como amigos y no como “siervos”. Una cosa es la actitud del servicio y otra la de considerar a los demás como siervos.

Esto nos debe llevar a hacer un serio examen de conciencia acerca de nuestra caridad y de la forma como tratamos y consideramos a los demás. Los cónyuges ¿cómo se consideran y se tratan? ¿Con amor o aprovechándose el uno del otro? ¿Los papás cómo tratan a sus hijos? Y los hijos ¿cómo consideran y tratan a sus padres? ¿Cómo es el relacionamiento con nuestros compañeros de trabajo, de estudio o vecinos? ¿Cómo tratan los empleadores a sus trabajadores? ¿Cómo tratan los obreros a sus empleadores? ¿Estamos trabajando por crear una civilización del amor donde se viva el amor en todas sus dimensiones? ¿Respetamos a los demás o los consideramos menos que nosotros?

Debemos estar atentos también ante las viejas y nuevas esclavitudes existentes en nuestra sociedad: ¿acaso los narcotraficantes, los vendedores de droga, los que manejan y promueven la prostitución (incluyendo las nuevas formas como el “prepago” y las “damas y caballeros de compañía), quienes trafican con personas, quienes abusan de los niños, quienes explotan a tantos obreros, quienes sobornan, contrabandean, matraquean, abusan de la autoridad, acaparan, y menosprecian a los demás… no entran en esta dinámica destructiva de libertad y consideran a los demás como meros “siervos” de los cuales hay que valerse para el enriquecimiento individualista?

Es triste ver cómo muchos de esos que se consideran más que los demás o que tratan a los otros como “siervos-esclavos” se dicen cristianos. Es una caricatura y una farsa: porque hacen todo lo contrario de la propuesta del Señor: “ámense los unos a los otros”. Si Pedro terminó de entender las consecuencias de la redención en el hecho de seguir a un Dios que no posee acepción de personas, y el mismo Jesús nos invita a imitarlo y redescubrir continuamente que somos elegidos suyos como amigos, entonces, estamos obligados a mostrarnos capaces de hacer posible esto en el mundo de hoy. No se trata de un simple deseo… es el compromiso de todo discípulo de Jesús: “amarnos los unos a los otros porque el amor viene de Dios.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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