lunes, 10 de febrero de 2014

Homilía del Sr. Obispo en la intronización en la Iglesia Catedral de La Guaira



9 de febrero de 2014

Queridas hermanas y hermanos:

Con el corazón todavía emocionado por la bellísima fiesta de la ordenación del día de ayer en el Polideportivo José María Vargas, hoy vengo a esta Sagrada Iglesia Catedral como Obispo de La Guaira con temor y temblor, pero también con el corazón agradecido a Dios por tanta bondad. Me asusta, como no podría hacerlo, la responsabilidad confiada y los retos que debo asumir. Como dice san Pablo en la segunda lectura, me siento “débil y temeroso” al presentarme ante ustedes. Vienen a mi memoria las palabras de Pérez Bonalde, quien al dejar La Guaira y la seguridad de la propia tierra, exclama:

Yo fuerte me juzgaba,
mas, cuando fuera me encontré y aislado,
el vértigo sentí de pajarillo
que en la jaula criado,
se ve de pronto en la extensión perdido
de las etéreas salas,
sin saber dónde encontrará otro nido
ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.

A dónde ir dirigir las alas? A dónde ir? No lo sé yo ciertamente, no traigo un programa prefabricado. Haremos juntos un discernimiento sobre el proyecto espiritual y pastoral de la diócesis, seguiremos las mociones del Espíritu Santo que habla en la Palabra de Dios y en las orientaciones de la Iglesia, en el Concilio Plenario de Venezuela y en la propuesta de renovación del Papa Francisco, el cual nos invita a mantener las puertas abiertas de la Iglesia, no sólo las del templo, sino de los sacramentos y de la pastoral, las puertas abiertas para salir de los templos parroquiales y como discípulos misioneros ir a as periferias geográficas y existenciales para anunciar el Evangelio, consolar a los atribulados, animar a los tristes y servir a los pobres.
El Evangelio que hemos leído hoy nos recuerda que los cristianos, en cuanto seguidores y discípulos de Jesús, somos sal de la tierra y luz del mundo. Dos bellas metáforas que nos comprometen a dar sabor, a conservar lo bueno, a condimentar con la ternura, a iluminar las tinieblas, a orientar hacia la luz que nace de lo alto. Pero puede ser que el miedo paralice nuestra vocación de ser sal y luz, que guardemos la sal del evangelio en el salero y no la compartamos con los demás, que escondamos la luz de Cristo, que la tapemos con nuestras faltas y pecados, y dejemos de ser signos en el mundo. La luz, como el bien, se difunde por sí misma. Su vocación es salir de si, darse, extenderse. De aquí la advertencia del Señor: “Alumbre así su luz a los hombres para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el  cielo”. Estamos llamados a ir por todo el mundo, a los rincones de la ciudad, a los pueblos y las islas lejanas, para dar testimonio del Evangelio de la alegría.

La segunda lectura nos recuerda que el testimonio no es autorefencial, no somos testigos de nosotros mismos, sino de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret, quien pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos por el mal, que murió en la cruz y resucitó al tercer día. Somos testigos de su resurrección. El Crucificado es el Resucitado, lleva las marcas de la pasión, las llagas de las heridas, pero en su resurrección todo se convierte en un grito de esperanza y en un canto de vida. Nuestra fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. La manifestación y el poder del Espíritu revelado en Jesucristo nos forma en el seguimiento como discípulos, nos acredita como sus testigos y nos anima a ser valientes misioneros.
Isaías nos hace presente la dimensión profética de nuestra vocación: el Señor Jesús siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. El profeta nos recuerda: “Esto dice el Señor: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a su propia carne”. Sólo el servicio a los pobres y necesitados nos abre el camino a la justicia y a la gloria del Señor.  Se nos pide compartir el pan con el hambriento, pasar de la opción por los pobres a la amistad con los pobres. Hoy en toda Venezuela resuena la Palabra de Dios: desterrar la opresión, el gesto amenazador, la maledicencia que otra cosa no es sino el odio que divide y mata. Maldecir es decir y desear el mal a los demás, a los que no piensan como yo. Los cristianos, por el contrario, somos personas de bendición no de maldición, esto significa que pedimos la bendición de Dios y la damos a nuestros hijos y a los demás. Bendecir es desear el bien, hacerlo presente, comprometerse a desterrar el mal, el pecado, la división. Sólo el compromiso por la vida, la paz, el dialogo y la reconciliación permitirá que la luz de Cristo brille en las tinieblas.

La Guaira me habla de mi infancia, por esas cosas de Dios de niño viví con mi familia entre las playas de Macuto. Cuantos recuerdos de esos años felices de la niñez, con Pérez Bonalde recuerdo:

Hay algo en esos rayos brilladores
que juegan por la atmósfera azulada,
que me hablan de ternuras y de amores
de una dicha pasada
y el viento al suspirar entre las cuerdas,
parece que me dice “¿no te acuerdas?”…
Ese cielo, ese mar, esos cocales,
ese monte que dora
el sol de las regiones tropicales…
¡Luz! ¡Luz al fin! –los reconozco ahora:
son ellos, son los mismos de mi infancia,
y esas playas que al sol del mediodía
brillan a la distancia,
¡Oh inefable alegría!

Es mucho el camino recorrido en estos años, hoy vuelvo como peregrino, como discípulo en medio de ustedes: sacerdotes, religiosas y laicos. Vengo, como lo dije ayer, para seguir siendo “honrado ciudadano y buen cristiano”, y para aprender a ser obispo y pastor con el corazón de Dios. Juntos seguiremos caminando en la misión evangelizadora para encender la llama de la fe. La peregrinación de la Virgen de Lourdes el día martes 11, iniciada hace 130 años por el P. Santiago Machado y la Madre Emilia, ser simbolizará el caminar guiados por la Madre de Dios. La asamblea diocesana el sábado 15 de marzo será ocasión para evaluar la misión y vislumbrar el camino. Todos están invitados a la asamblea. Quiero conocerlos, visitarlos en sus comunidades, escucharlos, ir construyendo el proyecto pastoral diocesano.  Les pido muchas oraciones por la diócesis y, como dice el Papa Francisco, “Recen por mí”.
Una oración por todos los difuntos de nuestra diócesis: por sus pastores obispos,  mañana recordamos el segundo aniversario de la muerte de Mons. Francisco de Guruceaga, por él ofrecemos esta Eucaristía; por todos los sacerdotes por las religiosas y todas los agentes de pastoral que han dado su vida en estas tierras construyendo caminos en la mar; por las víctimas de la tragedia del deslave y de la violencia que siega tantas jóvenes vidas.

Que el Cristo de la Salud nos ayude a sanar las heridas. Que la Virgen de El Valle nos acompañe al navegar el mar Caribe que baña las costas de nuestro estado y nos ayude a encontrar las perlas de Evangelio sembradas en nuestra gente. Que San Pedro apóstol, patrono de la diócesis, sea ejemplo en el amor a Jesús: “Si Señor, tú sabes que te quiero” y  en el ministerio de apacentar las ovejas.

Concluyo con el poeta (Pérez Bonalde) quien, después de despedirse de la tumba de su madre, se pregunta: “¿a dónde voy?”
  
¿A dónde ---¡a la corriente de la vida,
a luchar con las ondas brazo a brazo,
hasta caer en su mortal regazo
con alma en paz y con la frente erguida!.

2 comentarios:

  1. DIOS, JESÚS,SAN JOSÉ Y LA VIRGEN LO BENDIGAN, LO ACOMPAÑEN, LO AMPAREN Y LO FAVOREZCAN Y QUE EL ESPIRITTU SANTO SEA SIEMPRE SU DUEÑO.AMÉN.AMÉN.AMÉN.

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  2. Excelente homilía, mucho que meditar y discernir....

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